Lo querían muerto. A como dé lugar.
No les bastó con verlo humillado, brutalmente azotado hasta quedar en shock, con una corona de espinas incrustada en la cabeza y sin poder mantenerse en pie.
“¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”, exigían a gritos a Poncio Pilato. (26-36 d. de J.C.).
Jesús de Nazaret cayó en manos de Pilato luego de haber sido traicionado por Judas Iscariote y arrestado en el huerto de Getsemaní por soldados romanos.
A Cristo lo acusaban de blasfemia por decir que era ‘Hijo de Dios’. Pero ante las autoridades romanas, la imputación era otra: sublevación contra Roma, delito que el Imperio castigaba con la crucifixión.
Los romanos ya llevaban casi un siglo de haber conquistado el reino de Israel. Pilato se encontraba en una situación difícil de su carrera política, se acababa de descubrir que su amigo Lucio Sejano, quien lo había puesto en el cargo y que además era mano derecha del emperador Tiberio (14 d.C - 37 d.C), estaba detrás del crimen del hijo de la máxima autoridad romana y lo habían ejecutado. Esto lo tenía muy tenso. Era un manojo de nervios.
Pilato no halló delito en Jesús de Nazaret, pero ante la presión y el temor de que este problema llegara a oídos del César, decidió mandarlo a azotar hasta dejarlo moribundo. El gobernador pensó que así controlaría la sed de sangre de los religiosos extremistas. Pero no.
Fue un lictor (soldado romano experto en el arte de la tortura) el encargado de azotar salvajemente a Cristo.
“El resultado normal de los azotes era costillas fracturadas y severos golpes y laceraciones pulmonares, con el sangrado de la cavidad torácica y el neumotórax. El colapso parcial o total de los pulmones”, comenta el médico Frederick T.Zugibe en su libro The Crucifixion of Jesús (La crucifixión de Jesús).
“Los soldados hicieron una corona de espinas y se la hundieron a Jesús en la cabeza. Los azotes continuaron luego de la humillante coronación. Sobre los despellejados hombros de Jesús lanzaron la capa de un oficial como manto real... Por último, le dieron puñetazos y le escupieron el rostro antes de enviarlo de nuevo a Pilato, sangrando y temblando por el shock, casi sin poder mantenerse de pie”, describe Charles Swindoll en su libro Jesus: The Greatest Life of All (Jesús, la vida más grande de todas).
Pilato presentó a Jesús de Nazaret ante una multitud, quienes pedían a gritos que Cristo tome el lugar del sanguinario Barrabás.
El gobernador romano se levantó de su asiento, se lavó las manos delante del pueblo y dijo: “¡Yo soy inocente de la sangre de este! ¡Será asunto vuestro! […] “Tomadle vosotros y crucificadle, porque no hallo ningún delito en él” (Mateo 27:19)”.
Lo peor estaba por venir…
— ¿Cómo era la crucifixión?—
Los griegos y los antiguos romanos tenían reservada la crucifixión para los rebeldes al gobierno, los esclavos, los soldados desertores, y los peores criminales, a quienes consideraban seres inferiores.
“La crucifixión reunía las cualidades que los romanos más apreciaban en una ejecución: agonía intensa, muerte lenta, espectáculo público y humillación total”, comenta Swindoll en su libro.
El autor cuenta además que las crucifixiones estaban a cargo de un equipo de soldados llamado un quaternion, líderado por un exactor mortis, cuya única función era que la ejecución romana fuera un espectáculo aterrador. Después de que el lictor terminaba con su cruel tarea, el exactor mortis y su equipo desnudaban al prisionero, lo obligaban a llevar el implemento de su muerte, una cruz que pesaba más de cien kilos, al lugar de la ejecución y le colocaban un letrero alrededor del cuello en el que estaba escrito el nombre del preso y todos sus delitos”.
Tras ello, comenzaba una larga y lenta marcha por las principales partes de la ciudad hasta la zona de ejecución, lo que hoy se conoce como el “Vía Crucis”. A Jesús lo ayudó Simón de Cirene, como narran los evangelios, porque producto del shock no podía mantenerse en pie.
Los condenados eran llevados al lugar conocido como Gólgota, que significa: “Lugar de las calaveras”, y eran puestos sobre el madero y atadas a la cruz con los brazos y piernas extendidos. Para apresurar el final, el exactor mortis podía clavar a la víctima, en vez de atarlo, lo que producía la muerte en cuestión de horas. Así pasó con Jesús.
Cristo rechazó el leve sedante que le daban a los condenados antes de la crucifixión. Lo desnudaron completamente y empujaron su espalda contra la cruz.
Un soldado se encargó del pecho, otro de las piernas, mientras que otros dos le extendían los brazos e introducían un clavo de quince centímetros entre las palmas de sus manos y sus muñecas, lo cual dañó severamente los nervios de sus brazos y antebrazos. Después le doblaron las rodillas, pusieron su pies contra una estaba y le atravesaron cada uno con un clavo.
Los soldados levantaron la cruz y dirigieron su base hasta un hueco. De pronto, la cruz quedó en posición vertical y luego cayó su base en el hueco haciendo un ruido sordo.
“Quienes eran clavados o atados en la cruz tenían que mantener el cuerpo en constante movimiento para aliviar el dolor en los brazos, el pecho y la piernas. Con el pasar de las horas, respirar se les hacía más difícil, exigiendo cada vez más esfuerzos del condenado. La muerte de las víctimas se producía usualmente por deshidratación, inanición o asfixia por fatiga”, asevera Swindoll.
Mientras Jesús estaba crucificado, líderes religiosos pasaban a burlarse de él, a quienes se sumaron los ladrones que estaban colgados al lado de Cristo y los soldados. La Biblia dice que uno de los criminales se arrepintió.
Jesús fue crucificado un viernes a las nueve de la mañana, tres horas después, cerca del mediodía, una misteriosa oscuridad cubrió toda la región, él respiró profundamente y gritó en arameo, su lengua natal, parte del Salmo 22, escrito por el rey David varios siglos atrás: ‘Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?’.
Antes de morir, Jesús echó su cabeza hacia atrás, se irguió, tomó un respiro profundo y gritó: “Teteslai”. Se trata de una expresión griega que significa “pagado totalmente”.
— ¿Cómo fue su juicio?—
Llegaron las fiestas de la Pascua, el momento que el traidor Judas Iscariote y los líderes religiosos habían estado esperando. Además, eran días festivos, es decir, iban a hallar a Jesús solo, sin la protección de la multitud que a diario lo seguía debido a su popularidad.
Luego de cenar por última vez, Jesús y sus discípulos, menos Judas, quien había desaparecido de la cena, salieron del “aposento alto” y se dirigieron al huerto de Getsemaní en el monte los Olivos, al otro lado del valle de Cedrón, en Jerusalén. Jesús se alejó de sus discípulos para rezar a solas.
“Era de noche, y por tanto podrían someter a los doce y arrestar a Jesús antes de que alguien pudiera actuar […] Los principales sacerdotes y fariseos reunieron a un contingente de guardias del templo, pero los saduceos no estaban contentos. Para asegurarse de que nada saliera mal, le pidieron al procurador una compañía de soldados romanos que los acompañe”.
La indicación de Judas fue: “Al que yo bese, ese es. Apréndanlo y llévenlo con seguridad” (Marcos: 14:44).
Mientras Jesús se encontraba orando fervientemente porque sabía lo que iba a ocurrir, Judas, el traidor, salió de las sombras solo y dijo: “Te saludo, Rabí”. Entonces, llenó de besos a Jesús, tal y como había acordado con los líderes religiosos.
Jesús se entregó a los guardias, pese a los intentos de sus discípulos, especialmente de Pedro, por evitarlo. Pedro incluso cortó la oreja a uno de los guardias; sin embargo, los evangelios señalan que Jesús sanó al oficial y dejó que le pusieran cadenas en las muñecas y los tobillos.
Tras su captura, Jesús compareció en seis audiencias, en dos instancias: judía (cuatro audiencias) y romana (dos audiencias).
Durante la primera comparecencia, no hubo cargos específicos, en la segunda, se le acusó de afirmar que era el ‘Hijo de Dios’, lo cual era considerado una blasfemia. En la tercera, los cargos fueron los mismos.
Ante las autoridades romanas, Jesús fue acusado de traición y sublevación contra Roma y fue juzgado por dos autoridades: Poncio Pilato, gobernador de Judea, quien lo declaró inocente y lo envió ante Herodes de Antipas, gobernador de Galilea. Este ridiculizó a Jesús y lo devolvió a Poncio Pilato. El gobernador de Judea decidió poner la decisión en manos de la mayoría y finalmente accedió a que crucificaran a Jesús.
“Los israelitas del primer siglo eran, sobre todo, un pueblo consciente de la ley y tenían un procedimiento estricto para juzgar los casos civiles y penales”, indica Swindoll citando la Mishná, un documento judío en el que se detallan las normas que regían en el concilio gobernante de Sanedrín en el tiempo de Jesús.
“Los relatos que hacen los evangelios sobre el arresto y el juicio a Jesús demuestran que la mayoría de normas del derecho, sino todas, fueron totalmente ignoradas”, asegura Swindoll. Estas son algunas de ellas:
- No se podían realizar juicios en la víspera de un sábado ni durante las festividades religiosas (Mishná: Sanedrín 4:1).
*Jesús fue juzgado durante las fiestas de la Pascua.
- Todos los juicios tenían que ser públicos; los juicios secretos estaban prohibidos (Mishná: Sanedrín 1:6).
*Las comparecencias de Jesús ante el Sanedrín fueron privadas.
- Los casos de sentencia de muerte requerían un mínimo de veintitrés jueces (Mishná: Sanedrín 4:1).
*No hubo tal cantidad de jueces en el juicio de Jesús.
- Se pedía que alguien hablara en descargo de la persona acusada (Mishná: Sanedrín 3:3,4).
*Nadie habló a favor de Jesús de Nazaret.
- Para ser condenada una persona, se requería el testimonio de dos o tres testigos cuyos testimonios coincidieran en todo (Deuteronomio 17:6,7; 19: 15-20).
*Los testigos fueron comprados y entraron en contradicciones.
- Los casos de sentencia de muerte debían seguir un orden estricto, comenzando con los argumentos de la defensa y después los de la parte acusadora (Mishná: Sanedrín 4:1).
*No se respetó dicho orden.
El final de Judas: no pudo con el remordimiento de haber entregado la sangre de su líder a cambio de treinta monedas de plata y se suicidó.
—“El cordero de Dios”—
La Pascua conmemoraba en aquellos años la salida del pueblo de Israel de Egipto, la fidelidad de Dios con los israelitas durante el éxodo. La comida pascual marcaba el comienzo de una celebración de ocho días, que siempre tenía lugar el día 14 del primer mes del calendario lunar judío.
Según la doctrina cristiana, Jesús es ‘el cordero de Dios’ o el sacrificio que Dios proveyó como expiación por los pecados de su pueblo.
“La doctrina cristiana se basa en estos dos hechos: que Cristo murió en la cruz por los pecados del hombre y que resucitó al tercer día”, explica a El Comercio Donald Smith, Phd en Teología y científico (físico) graduado en la Universidad de Edimburgo.
“En el Perú las celebraciones por Semana Santa ha perdido el mensaje central, se mantiene la idea de Jesús maltratado en la cruz y la resurrección se ha perdido de vista. El verdadero significado de la Semana Santa es que Cristo murió en la cruz por la humanidad y gracias a esto proveyó un pase a la vida eterna”, precisa Smith.
— ¿Resurrección o histeria colectiva?—
Smith señala que hay dos evidencias de la resurrección de Jesús: “La primera es la tumba vacía. El gobierno romano lo verificó en aquella época. Otra evidencia de la resurrección es que Jesús apareció vivo. Habló con María Magdalena, Pedro, se presentó ante los doce apóstoles, y también se reunió su hermano Jacobo, quien hasta ese momento lo creía loco; sin embargo, posteriormente se convirtió en el presidente de la Iglesia de Jerusalén. Son hechos históricos. Hay un reporte que indica que más de quinientas personas lo vieron. No fue histeria colectiva. Por eso, la Iglesia cree en la resurrección”.
Como indica Smith, también existen referencias históricas no cristianas sobre la existencia de Jesús, autores como Flavio Josefo y Suetonio hicieron referencia a Cristo en sus libros.
Josefo, quien era un historiador judío romano (37 al 110 d.C.), escribió en los párrafos 63 y 64 del capítulo XVIII (conocido como el Testimonio Flaviano) de su obra Antigüedades judías el siguiente fragmento:
“En aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio, [si es lícito llamarlo hombre]; porque fue autor de hechos asombrosos, maestro de gente que recibe con gusto la verdad. Y atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego. [Él era el Mesías] Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los principales de entre nosotros lo condenó a la cruz, los que antes le habían amado, no dejaron de hacerlo. [Porque él se les apareció al tercer día de nuevo vivo: los profetas habían anunciado éste y mil otros hechos maravillosos acerca de él] Y hasta este mismo día la tribu de los cristianos, llamados así a causa de él, no ha desaparecido”.
* Algunos estudiosos sostienen que el texto auténtico fue retocado con las frases entre corchetes.
El historiador romano Suetonio (70-140 d.C.), por su parte, hizo una mención sobre Jesús en su libro Sobre la vida de los Césares. Mencionó a un tal Chrestus al hablar sobre la expulsión de los judíos de Roma ordenada por el emperador Claudio. La Biblia también dio cuenta de este acontecimiento en el libro de los Hechos de los Apóstoles (18:2).