Caras y gestos en el debate, por Jaime Lértora
Caras y gestos en el debate, por Jaime Lértora
Jaime Lértora

Cualquiera pudiese pensar que quienes aspiran a dirigir una nación son gente preparada, que conoce lo que quiere comunicar y que sabe cómo hacerlo. Sin embargo, el debate del domingo ha evidenciado que la improvisación suele ser la regla entre nosotros y que los candidatos –la mayoría– han dado muestras de ella.

Rostros poco amables, posturas desgarbadas o arrogantes, pobre lenguaje corporal. Se les notaba forzados, incómodos, como bustos parlantes, distantes emocionalmente de quienes hacíamos esfuerzos por atenderlos y tratar de encontrar en lo que decían algo más que una lista de mercado con buenas intenciones. 

En cuanto al manejo de la voz, la mayoría hablaba como si leyera y algunos, efectivamente, leyeron, aumentando esta acción aun más la distancia emocional con la audiencia, ya que no establecían contacto visual. Frases sin conexión, sin claridad y con poca precisión campearon y colaboraron al aburrimiento. 

Apenas asomaron algunas pausas e inflexiones, cambios de ritmo y de volumen que ayudaran a darle forma al discurso. Me queda claro que, salvo en algún candidato y por algunos pocos momentos, la mayoría hace evidente que no estaba preparada para esa jornada.

Si bien el formato (sic) no permitió que los candidatos tuvieran tiempo y espacio para comunicar al menos los puntos centrales de sus planes de gobierno, no es menos cierto que todos ellos conocían de antemano las características de este. Exposición, réplica o pregunta y luego otra intervención. 

Todo el esquema apuntaba a la síntesis y al manejo eficiente del tiempo. Vimos, sin embargo, cómo a la mayoría no le alcanzaba el tiempo, no llegaba a cerrar la idea que venía desarrollando (y eso que delante de ellos estaba el temporizador para que vieran los segundos que les quedaba). 

Vimos también, salvo en dos o tres intervenciones, cómo se desperdiciaba la pregunta hecha al contrincante y cómo este evadía la respuesta, ya que no se escuchaban. No se debatía, sino que se usaba el espacio para hablar de sus ofertas –y en un caso excepcional para recordarle su vida al otro–. Sí, pues, me quedó claro la poca o nula preparación de los candidatos en materia de comunicación.

Cualquiera que haya participado en un ‘media training’, por más básico que haya sido, sabe que lo que el auditorio quiere es escuchar mensajes que conecten con sus necesidades, con sus anhelos. 

Y sabe,  también, que la forma de comunicar estos mensajes es necesariamente emocional. Queremos escuchar al candidato hablar claro, de manera abierta y franca, con pocas palabras, pero con verdad y dichas con precisión, para que no nos quede duda de lo que dice. Queremos escucharlo seguro, amable, cercano, convencido de lo que dice y por qué y para qué lo dice. 

Quien haya recibido ‘media training’ sabe, también, que la forma importa, que los gestos, la postura, el lenguaje corporal, el manejo de la voz (con energía, hablar pausado, uso de inflexiones, dicción correcta), todo comunica. 

También la vestimenta (vestuario y artefactos), el cuidado de la persona, el manejo del tiempo, entre otros puntos que forman parte del entrenamiento, de la preparación, claro está, siempre y cuando el que hable lo haga con la verdad, y esto último, por cierto y felizmente, no se puede entrenar.