La fatal pérdida del ex primer ministro Cornejo nunca debió suceder. Después de todo, no se ha ido por un mal desempeño en el cargo (no lo sabemos, pero seguro lo hizo bien). Se ha ido porque no pudo aguantar un pequeño, completamente indirecto y sumamente circunstancial, escándalo relacionado única y exclusivamente con el desempeño impredecible de su asesor.
Quizá no mostró las garras necesarias para anclarse en el cargo. ¿Ustedes creen que una nimiedad así hubiera hecho a Juan Jiménez tan siquiera pestañar? Por supuesto que no. No en vano él pudo hacer que el país pasase la página luego del escándalo del –supuesto– reglaje del gobierno, explicándonos que se trataba de “una fantasía”. No en vano pudo sobrevivir el destape de una reunión entre él, la jueza del Caso Chavín y el presidente del Poder Judicial, convenciéndonos de que las acusaciones solo buscaban “atacar” al gobierno.
Y –es vital que Ana Jara tome nota de esto– no se trata de una cualidad que sea importante solo para primeros ministros. Miren sino a Toledo revolotear por allí contento, presidente de un partido que ha logrado nada menos que hacerle creer a Villarán que una alianza con ellos es positiva. ¿Cómo ha llegado hasta ahí? Pues prendiéndose a cualquier excusa posible: es el Holocausto, es su suegra pero no sabemos nada, son préstamos, estudié en Harvard, es mi tarjeta de crédito pero no sé nada. Miren también al presidente Humala. ¿Quién diría que, a más de medio año de destapado el escándalo López Meneses, seguiría renovando gabinetes con tremenda sonrisa?