Algunas distinguidas peruanas, lanza en ristre, salen en estos días a defender el “aborto terapéutico”. Pero este aborto no tiene nada de terapéutico. Si nos atenemos a las definiciones (DRAE, 1992), es precisamente todo lo contrario. Esto porque no se trata de curar una enfermedad sino de matar a alguien para (supuestamente) sanar a otra. Lo que ocurre en todos estos casos es que no estamos ante la presencia de una sola vida, sino de dos perfectamente separadas a partir del decimoquinto día de la fecundación.
De acuerdo con la mejor referencia científica de la que se dispone, en el proceso de la concepción y fecundación –cito entre comillas– “esta pequeña mórula (óvulo fecundado con aspecto de mora) que va a alojarse en la pared uterina, ¿es ya un ser humano distinto de su madre? No solamente su individualidad genética está perfectamente establecida, como hemos visto ya, sino que –cosa casi increíble– el minúsculo embrión al sexto o séptimo día de su vida, con nada más que un milímetro y medio de longitud, es ya capaz de presidir su propio destino. Es él y solo él quien por un mensaje químico estimula el funcionamiento del cuerpo amarillo del ovario y suspende el ciclo menstrual de la madre. Obliga así a su madre a mantenerle su protección”. La cita corresponde a Jérôme Lejeune en “El comienzo del ser humano”, versión de su hija Clara Lejeune-Gay-mard (2011).
Como fundador de la citogenética clínica y como descubridor del síndrome de Down, Lejeune escribió, en octubre de 1973, un deslumbrante trabajo que tituló “El comienzo del ser humano” (disponible en Google bajo ese encabezamiento). En ese trabajo debe admirarse no solo su vigencia científica sino la hermosura de su estilo. Denomina a la ‘mora’ aquella como “El increíble Pulgarcito”, que crece y se autoconstruye desde los 4,5 milímetros (y peso inespecífico) hasta los dos o tres kilogramos.
La descripción de Lejeune –al margen de su belleza– es completa. Desde la información necesaria que ofrece el por nacer para crear su propio sistema nervioso, su cerebro y todas y cada una de las partes de su organismo, hasta la sonrisa que finalmente tendremos.
“La ciencia –dice– nos descubre cada día un poco más las maravillas de la existencia escondida, este mundo hormigueante de vida de los hombres minúsculos, más maravillosa aun que el de los cuentos de hadas. Porque los cuentos fueron inventados sobre esa historia verdadera, y si las aventuras de Pulgarcito han encantado siempre a los niños es porque todos los niños, todos los adultos en que se han convertido, fueron un día Pulgarcito en el seno de su madre”.
¿Cuál es la razón para que la confabulación de seis médicos decida terminar con los Pulgarcitos que ya empiezan a faltar en el Perú?