Con el aterrizaje en Santa Clara de una aeronave Airbus A-320 procedente del aeropuerto de Fort Lauderdale, el pasado 31 de agosto la compañía JetBlue reinició los vuelos comerciales entre Cuba y Estados Unidos, que fueron suspendidos en 1963.
Como complemento de los permisos generales de viaje, el aumento de las remesas, el mayor acceso a las comunicaciones y la llegada de cruceros y hoteles a cargo de empresas norteamericanas, el Departamento de Transporte estadounidense aprobó la realización de 110 vuelos a Cuba. De ellos, además de JetBlue, American Airlines semanalmente realizará 56 a Cienfuegos, Camagüey, Holguín, Santa Clara y Varadero. Y a fin de año lo harán otras compañías como Frontier, Silver Airways, Southwest Airlines y Sun Country Airlines.
Sin embargo, no todo es positivo. El reinicio de los vuelos tiene dos caras: una buena y otra mala.
La buena es que son un efecto del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países –el hecho de mayor trascendencia política en Cuba desde 1959–, una prueba del fracaso del fidelismo y del embargo, y la continuación del arribo a Cuba de cruceros y de hoteles a cargo de empresas norteamericanas. Una apertura que continuará ensanchándose. A ello se une que el precio de los billetes con seguro médico incluido, en una sola vía, no sobrepasará los 100 dólares.
Ante la ineficacia crónica de la economía cubana manifestada en el fracaso de las reformas, el decrecimiento del PBI y el éxodo masivo, los negocios turísticos con la mayor potencia económica del mundo, a pocas millas de sus costas, están llamados a ser un componente esencial para el desarrollo de Cuba.
La mala consiste en que después de medio siglo perdido regresamos al punto de partida en las peores condiciones, por dos razones.
La primera, Cuba en los años 50 del pasado siglo estaba enfrascada en el desarrollo de la industria hotelera, de los vuelos internacionales y del arribo de ferrys, en los cuales los turistas podían desembarcar con sus automóviles. La Habana se había convertido en lugar obligado para los turistas foráneos. La mejor prueba es que entre la primavera de 1957 y mayo de 1958 se inauguraron los hoteles Capri, Deauville, Riviera y Habana Hilton, con más de 1.300 habitaciones. Ese plan, interrumpido por la revolución que tomó el poder en 1959, se retoma ahora con cerca de siete décadas de retraso.
La segunda, Cuba es el único país de la región donde sus habitantes carecen del elemental derecho de participar como empresarios en la economía y de contratarse directamente con las compañías extranjeras, a pesar de contar con sobrada formación profesional.
Por esa y otras razones, la salida de la profunda crisis en que la nación está sumida será imposible sin eliminar los obstáculos para que los cubanos puedan participar como sujetos de derecho en las oportunidades que se están abriendo.
La pelota está del lado cubano. El restablecimiento de los vuelos debe servir no solo para consolidar la normalización de las relaciones, sino para devolver a los cubanos los derechos y libertades secuestrados desde hace más de medio siglo. Sin ese paso de la parte cubana, las medidas de la Casa Blanca y el reinicio de los vuelos no tendrán un efecto positivo sobre la sociedad cubana.