El fascismo nunca fue derrotado como idea.
Como culto a la irracionalidad y a la violencia, no podía ser derrotado como argumento: mientras la Alemania nazi parecía fuerte, los europeos y otros se sentían tentados por ella. Fue solo en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial donde el fascismo fue derrotado. Esta vez, el país que lucha en una guerra fascista es Rusia. Si Rusia gana, los fascistas de todo el mundo se reconfortarán.
Nos equivocamos al reducir nuestro miedo al fascismo a Hitler y el Holocausto. El fascismo era de origen italiano, popular en Rumania y tenía adeptos en toda Europa (y América). Pero en todas sus variantes se trataba del triunfo de la voluntad sobre la razón.
Por eso, es imposible definirlo. La gente no está de acuerdo sobre lo que constituye el fascismo. Pero la Rusia de hoy cumple con la mayoría de los criterios que suelen usar los académicos: tiene un culto a un solo líder, Vladimir Putin, otro hacia los muertos de la Segunda Guerra Mundial y el mito de una edad de oro de grandeza imperial que será restaurada por una guerra: aquella que se libra contra Ucrania.
Muchos dudan en considerar a la Rusia de hoy como fascista porque la Unión Soviética de Stalin se definió como antifascista. Es cierto que, con la ayuda de los aliados, la Unión Soviética derrotó a la Alemania nazi en 1945. Sin embargo, su oposición al fascismo fue inconsistente.
En 1939, la Unión Soviética se unió a la Alemania nazi y las dos potencias invadieron Polonia juntas. Los discursos nazis se reimprimieron en la prensa soviética y los oficiales nazis admiraron la eficiencia soviética en las deportaciones masivas. Pero los rusos de hoy no hablan de este hecho, ya que las leyes de memoria tipifican como delito hacerlo. La Segunda Guerra Mundial es un elemento del mito histórico de Putin sobre la inocencia rusa y la grandeza perdida.
La flexibilidad de Stalin con el fascismo es la clave para entender a la Rusia actual. Para Stalin, el fascismo estuvo bien hasta que Hitler lo traicionó. Durante la Guerra Fría, estadounidenses y británicos se convirtieron en fascistas a ojos de la Unión Soviética. El antifascismo soviético, en otras palabras, era una política de ‘nosotros contra ellos’. Pero esa no es una respuesta al fascismo. Después de todo, la política fascista comienza, como afirmó el pensador nazi Carl Schmitt, a partir de la definición de un enemigo.
Para Putin, un “fascista” o un “nazi” es alguien que se opone a él. Así, los ucranianos son “nazis” porque no aceptan que son rusos y se resisten. Pero un viajero en el tiempo de la década de 1930 no tendría dificultades en identificar al régimen de Putin como fascista. El símbolo Z, las manifestaciones, la propaganda, la guerra como acto de limpieza y la muerte alrededor de las ciudades ucranianas lo dejan muy claro. La guerra contra Ucrania no es solo un regreso al campo de batalla fascista tradicional, sino también un regreso al lenguaje y la práctica fascista tradicional.
En la guerra de Rusia contra Ucrania, “nazi” significa “enemigo infrahumano”, alguien al que los rusos pueden matar. El discurso de odio dirigido a los ucranianos hace que sea más fácil asesinarlos, como ha ocurrido en Bucha, Mariúpol y cada zona de Ucrania que ha estado bajo ocupación rusa.
Hoy entendemos más sobre el fascismo que en la década de 1930. El fascismo no es una posición de debate, sino un culto a la voluntad. Se trata de la mística de un hombre que cura al mundo con violencia y solo se puede deshacer exhibiendo la debilidad de ese líder.
Como en la década de 1930, la democracia está en repliegue en todo el mundo y los fascistas se han movilizado para declararle la guerra a sus vecinos. Si Rusia gana en Ucrania, no será solo la destrucción de una democracia por la vía de la fuerza, sino principalmente una desmoralización para las democracias en todas partes. Si Ucrania no se hubiera resistido, esta habría sido una primavera oscura para los demócratas de todo el mundo. Si Ucrania no gana, podemos esperar décadas de oscuridad.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times