Si Donald Trump inauguró una nueva era de conflicto en la política estadounidense, las elecciones congresales del martes fueron solo otra escaramuza, no un punto de inflexión en la guerra. Los republicanos perdieron menos escaños en la Cámara de Representantes que los demócratas en 1994 o el 2010, cuando Bill Clinton y Barack Obama estaban en su primer mandato. Y mientras que los demócratas también perdieron escaños en el Senado en las primeras elecciones de mitad de período bajo los presidentes Clinton y Obama, los republicanos de Trump desafiaron la tendencia histórica al agregar a su mayoría en el Senado.
Si Trump fuera el fracaso absoluto que los demócratas y algunos ex republicanos amargados quisieran creer, los republicanos deberían haber tenido un desempeño mucho peor el martes, incluso con una economía tan favorable. De hecho, si la administración fuera tan incompetente e ideológicamente extrema como lo acusan los críticos, la economía no debería estar funcionando bien en primer lugar, unos 22 meses después de que Trump asumiera el cargo.
En una elección de medio término ordinaria, la participación es baja y el partido de la oposición tiene una ventaja, como se refleja en la larga crónica de pérdidas para cualquier partido que tenga la Casa Blanca en ese momento. En las últimas décadas, solo las elecciones de mitad de período de 1998 y el 2002 fueron excepciones en las que el partido del presidente obtuvo escaños. Es fácil ver por qué el partido del presidente generalmente está en peligro: tiene que defender el historial de un líder, mientras que el partido de la oposición puede criticar al presidente sin tener que ofrecer una alternativa. Las fuertes críticas de un lado y una defensa necesariamente más débil del otro son una fórmula para que el partido salga del poder.
Ese seguía siendo el caso este año. Sin embargo, el Sr. Trump hizo algo inusual al aumentar la participación entre sus defensores y sus oponentes. Los republicanos sintieron que el Sr. Trump tenía una agenda por la que aún valía la pena luchar, y se sintieron alentados con respecto a varios temas claves, quizás los más importantes, los nombramientos judiciales, que el presidente había cumplido con lo prometido. Eso ayudó a que el martes fuera una buena noche para el compromiso político en general, y mantuvo las pérdidas republicanas por debajo de lo que habrían sido si el Sr. Trump hubiera sido simplemente una figura impopular y polarizadora.
Trump es ampliamente odiado y temido, pero también es muy querido como defensor de sus votantes, no solo por aquellos que son nacionalistas como él, sino también por aquellos que son republicanos convencionales que quieren impuestos más bajos, menos regulaciones y jueces más conservadores. Lejos de provocar el repudio hacia el Sr. Trump, ya sea por una derecha derrotada y arrepentida, o por todo el país, las elecciones de mitad de período solo han reafirmado las líneas de conflicto para el futuro.
El presidente Trump estará en el centro de ese conflicto, no como una aberración o una desviación de las normas de la política, sino como una parte integral del Partido Republicano, su cabeza y su brazo derecho.
–Glosado y editado–
© The New York Times