Puedo distinguir en el relato del piloto de la Aviación del Ejército, su emoción. Debía rescatar a un herido de bala de una zona donde una patrulla se enfrentaba a una columna de Sendero Luminoso, en el Huallaga, y le preguntó a su tripulación sobre la conveniencia de ir y afrontar el riesgo de no regresar: “Salimos, mi capitán”, le respondieron al unísono. Minutos después, estaban encima del tiroteo, en ‘hover’, intentando rescatar al combatiente herido con un sillarín, sabiéndose que era un apetecible blanco fijo para el enemigo. Desde arriba podía apreciar claramente el combate, que se hacía muy cruento, cada vez más.
El proceso de extracción se hacía eterno (los segundos en combate parecen toda una vida), pero finalmente lograron subir al soldado a la cabina. Puso la máquina a toda marcha hasta una posta en Tingo María, donde el muchacho sobrevivió a pesar de la gran pérdida de sangre que había sufrido. “No te imaginas nuestra emoción”, vuelve a decir. Y serían muchas vivencias más.
No resulta un secreto saber que ser piloto de un helicóptero militar en operaciones de combate es una experiencia cuyos límites lindan con lo fantástico y peligroso. Se requiere de una sapiencia excepcional a la hora de tomar una decisión, de pocos segundos y cuyos resultados tienden a ser o triunfales o devastadores, sin términos medios. Basta con ver la fotografía que retrata el preciso momento de la inmolación del capitán Luis García Rojas, en el conflicto del Cenepa de 1995. El periodista Rolly Reyna, pudo captar la imagen en la que su aeronave es perseguida por una andanada de luminosos proyectiles antiaéreos. Quizás sea uno de los testimonios más imponentes de esa combinación de coraje y renuncia a la vida en las postrimerías del siglo XX.
Desde el estreno del Huey en la guerra de Vietnam, en la década de 1970, por las fuerzas norteamericanas, los helicópteros mantienen su presencia en la guerra, por su reconocida versatilidad y facilidad de empleo en distintos escenarios. En nuestro país, la realidad histórica ha sido la misma y eso nos ha dado una generación de pilotos bastante experimentados y casi legendarios.
Sus labores son múltiples, como la ayuda humanitaria a las poblaciones más necesitadas, evacuación de enfermos y heridos, reconocimiento aéreo, apoyo de fuegos y otras, casi incontables. Pero lo que distingue a nuestros pilotos es esa renuncia que uno tiene de sí mismo, cuando sabe que la misión por cumplir implica un enfrentamiento directo, con altas posibilidades de no retornar.
He sido testigo personal de este valor, varias veces. Operaciones muy arriesgadas, bajo una lluvia de proyectiles, incluso en la noche. En otras ocasiones los he visto contar decenas de impactos de bala en sus fuselajes después de un trabajo. Un día, conversaba con un piloto de la Fuerza Aérea (FAP) sobre una extensa jornada que recién había terminado y mencionó, como si fuera de rutina, que estaba perfilando su nave hacia un cerro, cuando observó que una ametralladora le disparaba. “Y yo tampoco me quedé atrás”, dijo.
Uno de mis mejores amigos, piloto de la Aviación del Ejército, me contaba cómo, una mañana, un soldado trataba de darle una carta para su madre en una base del Vraem y, al aproximarse a la nave, un francotirador le dio al muchacho en la cabeza y la sangre le salpicó en el rostro. Se dio cuenta de que lo atacaban. Reaccionó lo más rápido que pudo tratando de salvar la aeronave. Lo logró, pero falló un detalle: en pleno escape, el ingeniero de vuelo que se hallaba cerca de la puerta salió volando y cayó en pleno cerro Judas; uno de los promontorios más peligrosos en el área de Vizcatán. Felizmente, sobrevivió.
Después de cumplir estas misiones, donde la adrenalina es un combustible recurrente, los pilotos de la Aviación del Ejército y de la FAP regresan a sus hogares y viven lo de cualquier padre de familia. Es por eso que es probable que los encuentre en algún supermercado haciendo compras o en la cola del cine, junto a usted. Ese detalle es lo que hace que el Perú siga siendo un país como para hacer varias películas; en donde los héroes son hombres de a pie, a los que se puede encontrar en una esquina.