¿Justificar la tortura?, por Roberto Heimovits
¿Justificar la tortura?, por Roberto Heimovits
Redacción EC

Luego de los ataques de el 11 de setiembre del 2001, la estableció prisiones secretas para los sospechosos de terrorismo y autorizó el uso de métodos “duros” para interrogarlos. 119 detenidos pasaron por esas prisiones, hasta que al comenzar su gobierno ordenó terminar ambas iniciativas. Hace pocos días el Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos ha publicado un reporte sobre estas.

La publicación ha generado una discusión muy fuerte entre quienes apoyan las conclusiones del reporte y aquellos que se oponen. Los primeros afirman que varios de los métodos “duros” eran en realidad tortura, notoriamente el inducir sensación de ahogo con agua. Más aun, sostienen que la información recabada no ha sido útil contra Al Qaeda.

Quienes se oponen argumentan lo siguiente: luego de la muerte de 3 mil estadounidenses en los atentados contra las Torres Gemelas, Estados Unidos se enfrentaba contra un enemigo del que sabía muy poco, existía la probabilidad de otros atentados en el corto plazo que causarían centenares o miles de muertos más, y por eso era urgente conseguir información. Afirman que aquella obtenida mediante los maltratos sí fue de gran utilidad e, incluso, ayudó a localizar al propio Osama Bin Laden.

Cabría añadir que muchos de los prisioneros maltratados –o torturados– luchan para imponer un tipo de sociedad donde sería la norma el uso de torturas mucho peores que cualquiera aplicada por la CIA. Ni bajo el talibán ni las partes de Siria e Iraq ocupada por el Estado Islámico han sido modelos de derechos humanos.

Existe un solo escenario donde podría discutirse si la tortura es justificable, el así llamado “la bomba que hace tic-tac”. En una ciudad una bomba va a detonar en cuestión de horas o minutos –en un colegio, un mercado, etc.– probablemente matando a centenares, o miles, y hay un terrorista detenido que podría revelar su ubicación. ¿Qué es menos ético: torturar al terrorista o dejar morir a miles de inocentes? 

Más allá de este escenario, la esencia del asunto es clara: nada justifica la tortura. Esta es una de las peores lacras en la historia de la humanidad, y su progresiva disminución desde fines del siglo XVIII en los estados del planeta que son civilizados o aspiran a serlo representa un avance sustancial hacia un mundo mejor.

¿Por qué entonces habría reaparecido en el siglo XXI en uno de los estados más avanzados del mundo? La respuesta probablemente la da la misma senadora Dianne Feinstein, la presidenta del comité: “La conmoción y el miedo generalizado que causaron los atentados del 11 de setiembre”. Yendo más allá de la búsqueda de buenos y malos en esta historia, parece ser evidente que atentados terroristas mayores no solo pueden causar víctimas masivas. También tienen el potencial para –debido a esa atmósfera de miedo generalizado que generan– llevar a que no solo servicios de inteligencia y políticos, sino también muchos ciudadanos comunes, apoyen suspender parte de los derechos civiles (incluida la prohibición de la tortura) creyendo que así se combatirá mejor el terrorismo. Y solo cabe imaginar qué pasaría luego de un atentado terrorista con armas biológicas o nucleares.