Durante toda mi vida escolar y profesional, he sido testigo del proceso de deterioro del urbanismo limeño, y de los reproches periodísticos hechos a autoridades y políticas atribuyendo a aspectos parciales de su ordenamiento las causas de su creciente ineficiencia y fealdad.
Habiendo observado este colapso, a lo largo de mis sesenta años de actividad profesional, debo decir que Lima ha llegado a un punto de no retorno, a una situación que no tiene arreglo, y un auténtico diagnóstico nos lleva a la conclusión de que a estas alturas solo cabe refundarla.
Parecerá una afirmación quimérica, ridícula o irreal. Pero estoy convencido de que no lo es, sino todo lo contrario. Es la única manera de empezar a resarcir a una ciudad disfuncional y horrible para procurar que, en las próximas décadas, vaya recuperando su viabilidad operativa y formal. No se trata de una propuesta insólita. Constituye un recurso que, anteriormente en la historia, ha sido tomado por autoridades y sociedades diligentes y cultas cuando tuvieron que enfrentarse a una situación equiparable a la nuestra. La Roma de Sixto V, Londres de Sir John Nash, el París del Barón Haussman, el Nueva York de Gotham, y muchas otras.
Naturalmente, una premisa indispensable para afrontar una opción tan drástica es que se entienda que una ciudad es un organismo de una complejidad mayúscula, cuyo funcionamiento solo puede ser conducido con éxito por profesionales e intelectuales del más alto nivel, un recurso que –vaya si no lo sabemos hace décadas– se ha tornado casi inexistente en el Perú. Una prueba de ello es que puesto ante una situación mucho menos apremiante que la de Lima, en Gran Bretaña cuando Tony Blair era primer ministro se preocupó por la creciente inoperancia de las ciudades inglesas y encargó a Sir Richard Rogers –uno de los más prestigiosos e inteligentes arquitectos contemporáneos– refundar la urbanística británica. El resultado, al cabo de veinte años, es evidente: las ciudades inglesas vienen superando con imparable éxito su adecuación a una modernidad que había desplazado a su planeamiento original.
Refundar Lima tiene que empezar por determinar el tipo de ciudad que compete a nuestras circunstancias físicas, sociales, económicas y formales. Reconocer que una ciudad es un organismo hecho de componentes interdependientes, y que no es posible encarar su evolución si no se es consciente de que todos ellos son considerados armoniosamente. No puede, entonces, afrontarse el tráfico al margen del esencial rol residencial, ni sus servicios desconociendo la real importancia de su patrimonio arquitectónico, o la provisión de recursos de vida básicos –agua, desagüe, electricidad– sin tener en cuenta su realidad geográfica.
Es indudable que Lima se aproxima a una hecatombe sísmica que, por no haber sido considerada al observar su crecimiento, podría traer consigo un terremoto como los que han venido asolando a países vecinos, causando en Lima cientos de miles de muertos, y el consiguiente tsunami podría arrasar con La Punta y buena parte de la Costa Verde. La mayoría de las viviendas precarias en sus laderas circundantes colapsarían y se destruirían las redes sanitarias. La lista de desgracias que dicha situación traería es muy extensa y aterradora.
No hay manera de enmendar la disposición de la ciudad si no se rehace, lo que significa concentrarla en territorio plano y resistente, o sin encarar las causas de su atrofia vehicular como consecuencia de la carencia de un sistema de transporte público, y, sobre todo, del otorgamiento al automóvil de todas las prerrogativas municipales.
No es posible extenderme más aquí sobre un tema tan central y apabullante. Tampoco veo que nuestra sociedad esté en condiciones de comprender lo que significa elegir inteligentemente a sus planificadores. Que Dios nos encuentre confesados.
Nota del Editor: El autor envió su texto pasado el cierre de edición impresa, por motivos de fuerza mayor.
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