La corrupción de hoy no es la misma de hace 23 años cuando se creó Transparencia Internacional, la coalición más grande del mundo –con presencia en más de 100 países– dedicada a promover la transparencia, la integridad y la lucha contra este flagelo de la humanidad. Y es que la corrupción no solo es un problema económico y moral: la corrupción mata, afecta la salud de la gente, no deja que se eduque, le niega el acceso al agua y desagüe, en general, profundiza la pobreza e impide el desarrollo, y, como estamos viendo en Brasil, en sus niveles extremos, atenta contra la gobernabilidad y la democracia.
Cuando en Guatemala mueren más de 100 personas porque una empresa corrupta coludida con malos funcionarios gana una licitación para brindar servicios de salud que no podía porque nunca había trabajado en ese rubro, estamos frente a un problema que desborda la retórica ética. Esa misma empresa siguió matando a pacientes necesitados de diálisis en Honduras, México y otros países de la región.
América Latina, como Asia, África y Europa del Este, son regiones con niveles muy altos de corrupción. Si se observa el mapa del mundo coloreado según el índice de corrupción de Transparencia Internacional (IPC), en el que rojo es indicativo de mucha corrupción y amarillo es no corrupción, observamos un planeta muy colorado. Dicen que en México se inventó el soborno –la famosa “mordida”– y que en el Perú la coima se come con cebiche y pollo a la brasa. Brasil, además del carnaval y la magia del fútbol, hoy nos sorprende con el caso Lava Jato, en el que un puñado de 11 fiscales y unos cuantos jueces, cual David contra Goliat, se enfrentan al esquema de corrupción más complejo que ha atacado a esa nación. Petrobras, la colosal empresa petrolera cuya presidenta fue la actual mandataria carioca, fue utilizada como mascarón de proa de una trama corrupta en la que las empresas emblemáticas de construcción hicieron una fiesta con los recursos del Estado que debieron sacar de la pobreza a millones, en lugar de engordar los bolsillos de algunos rufianes como Marcelo Odebrecht.
Brasil ha caído 3 puntos en el IPC del 2015. Hay dos formas de leer ese resultado: a) es un país en el que se ha incrementado la corrupción y; b) le ha mostrado al mundo su corrupción sistémica enfrentándola abiertamente, sin miramientos, remeciendo incluso las más altas esferas del poder, incluyendo a un ex presidente progresista y emblemático y a la actual mandataria.
Resulta entonces que América Latina no solo es una región atacada por la gran corrupción, sino que hoy le muestra al mundo que se puede luchar exitosamente contra este flagelo. Pruebas al canto: la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), la comisión de las Naciones Unidas creada para romper la impunidad, ha puesto tras las rejas al presidente y la vicepresidenta, entre otros varios altos funcionarios de Estado. En Honduras, donde se acaba de crear una comisión parecida por la OEA, presidida por el peruano Juan Jiménez Mayor, hace meses que todos los sábados miles de ciudadanos se reúnen para protestar contra la corrupción y demandar a su gobierno acabar con la impunidad, lo que ha llevado a prisión a un ex ministro y otros funcionarios de alto nivel. En Brasil estamos viendo cómo jueces y fiscales honestos hacen tambalear a un gobierno atravesado por la corrupción.
Es verdad que hay mucha corrupción en el mundo y de gran tamaño. Los escándalos que hoy remecen a la humanidad involucran miles de millones de dólares (Petrobras US$6.000 millones, Yanukovich US$12.000 millones, Martinelli US$5.000 millones, HSBC US$800 millones, etc.). Sin embargo, como un signo de estos tiempos, ha surgido, desde las reservas morales del planeta, una tendencia de resistencia a la corrupción. Por años hemos sido mudos testigos de prácticas corruptas en el mundo del deporte, por ejemplo. Cuando Transparencia Internacional denunció a Blatter y su camarilla hace 6 años, parecía una empresa imposible limpiar a la FIFA de sus malas prácticas. Hoy, con varios dirigentes presos, entre ellos el nuestro, la justicia global está demostrando, como en Brasil, que con una adecuada dosis de voluntad política se puede interrumpir una tradición de impunidad de muchos años.
Para los peruanos, este es un mensaje poderoso. En medio de un ambiente con el aire enrarecido de la corrupción, es necesario recordar la lección que nos dejó el Cienciano del Cusco: Sí se puede.
En el contexto del proceso electoral más promiscuo de la historia, nos toca demostrarle al mundo una vez más que podemos apartarnos de nuestro aparente destino suicida y, como en la década pasada, salirnos de la ciénaga para volver a soñar con una patria libre, limpia y democrática en la que la pobreza no se nutra del beneficio personal de unos cuantos facinerosos a quienes no les importa el bien común.