Hasta hace poco, éramos regularmente confrontados con imágenes de migrantes ahogados en las aguas que separan a los países más pobres de los más ricos, desde el Río Grande, en Norteamérica, hasta el mar Mediterráneo, entre Europa y África. Y aunque ahora el COVID-19 domina las noticias, es probable que las consecuencias económicas de la pandemia exacerben las desigualdades globales que impulsan la migración de las personas.
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Hasta ahora, muchos países en desarrollo han resistido la pandemia relativamente bien en términos sanitarios, pero no han podido evitar sus efectos económicos colaterales. Hoy, más que nunca, los países más pobres necesitan el apoyo y la cooperación de las economías avanzadas. Pero el mundo desarrollado, abrumado por sus propios problemas, está volcándose hacia adentro.
Una de las mejores formas para que las economías avanzadas ayuden a los países más pobres es manteniendo sus fronteras abiertas. A corto plazo, los riesgos para la salud pública pueden requerir medidas drásticas para evitar que el coronavirus ingrese a un país desde el extranjero. Pero a la larga, los países desarrollados deberían desalentar las restricciones al comercio y a la inmigración y, en su lugar, alentar los flujos de capital hacia las economías que más los necesitan.
Pero, ¿por qué los países ricos deberían ayudar? Dejando a un lado las cuestiones morales, ¿por qué no deberían priorizar sus propios intereses, especialmente ahora que enfrentan desafíos internos?
A primera vista, la economía de los libros de texto parece proporcionar la respuesta: el punto del intercambio no es ayudar al socio comercial, sino ayudarse a uno mismo. Cuando los países se especializan en lo que hacen mejor, producen de manera más eficiente. Esto, a su vez, se traduce en una mayor producción, más variedad, mejor calidad y precios más bajos. Todos los países ganan. El comercio no es un juego de suma cero. Y una lógica similar se aplica a la inmigración.
A pesar de lo atractivo de este argumento, la migración ha perdido su poder en los últimos años. Décadas de hiperglobalización han hecho que las economías avanzadas sean altamente eficientes; sin embargo, esta apertura también ha causado interrupciones. Algunos sostienen hoy que las ganancias de eficiencia incremental que las economías avanzadas pueden lograr mediante una mayor integración con los países en desarrollo no justifican la interrupción asociada a esta, especialmente debido a los fallos pasados de los formuladores de políticas para abordar satisfactoriamente los efectos adversos.
En los países en desarrollo, por el contrario, el crecimiento y la eficiencia siguen siendo requisitos importantes para la reducción de la pobreza y el desarrollo. Un artículo reciente que escribí en colaboración con Tristan Reed muestra que nada contribuye más a la reducción sostenible de la pobreza que el comercio, especialmente cuando este se lleva a cabo con países más ricos.
Hay otras razones por las que las economías avanzadas tienen interés en ayudar a los países en desarrollo. En primer lugar, los desequilibrios demográficos y de riqueza actuales entre las regiones ricas y pobres parecen imposibles de sostener en el largo plazo. La mediana de edad en África, por ejemplo, es de 18 años; en Europa, de 42; y en América del Norte, de 35. La población de África, por otro lado, está creciendo a una tasa de 2,5% anual, lo que significa que se duplicará en el 2050. Mientras que el crecimiento anual de la población en Europa y en América del Norte es de 0,06% y 0,6%, respectivamente. Y el PBI nominal promedio per cápita en África fue de aproximadamente US$1.900 en el 2019, en comparación con los US$29.000 de Europa y los US$49.000 de América del Norte.
Esta gran desigualdad no es nueva, pero en el mundo cada vez más interconectado de hoy, los pobres globales tienen acceso a información como nunca antes la tuvieron. No importa cuán alto el mundo rico construya sus muros y cuántos ahogamientos de migrantes esté dispuesto a tolerar, las personas desesperadas seguirán buscando una vida mejor. Ayudar a los países más pobres a salir de la pobreza es la forma obvia de aliviar esta presión.
En segundo lugar, como señalaron Montesquieu y Adam Smith en el siglo XVIII, el comercio y la paz se refuerzan mutuamente. En el siglo XX, el establecimiento de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y posteriormente el de la Unión Europea (UE), sostuvo la democracia y la paz en Europa tanto como la prosperidad económica. Puede que la promoción del comercio con los países en desarrollo no vuelva a las economías avanzadas mucho más eficientes. Pero ayudará a preservar la paz y la estabilidad, posiblemente el logro más preciado en los últimos 70 años.
En tercer lugar, las economías avanzadas se benefician de la apertura de otras maneras, más allá de las ganancias de eficiencia incrementales. Por ejemplo, el modelo económico alemán, basado en la exportación, depende en gran medida del poder adquisitivo del resto del mundo. Con África proyectada para representar más de una cuarta parte de la población mundial en el 2050, aumentar el poder adquisitivo de sus ciudadanos es positivo, no solo para el continente, sino también para Alemania y otras economías occidentales.
Del mismo modo, no está claro si el dinamismo y la innovación de Estados Unidos hoy habrían sido posibles sin la inmigración. Alrededor de una cuarta parte de todas las nuevas empresas de tecnología e ingeniería estadounidenses establecidas entre el 2006 y el 2012 tenían al menos un cofundador inmigrante, mientras que los inmigrantes en EE.UU. tienen casi el doble de probabilidades de convertirse en empresarios que los ciudadanos originarios. Muchos países exhiben un patrón similar.
Finalmente, a muchas personas en las economías avanzadas les gustaría ver un mundo más justo y equitativo, en el que el destino de una persona no esté determinado por el lugar en el que nació, al igual que no debería estar determinado por su género, raza, religión, origen étnico u orientación sexual. Por lo tanto, aquellos que intentan construir un mundo mejor deberían considerar prioritario apoyar a los pobres del mundo, y no solo a los desfavorecidos dentro de su propio país. Y no hay forma más efectiva de ayudarlos que manteniendo abiertas las fronteras.
(*) Pinelopi Koujianou Goldberg es execonomista jefe del Banco Mundial.
–Glosado, editado y traducido–