Si para algo debería servir nuestra historia, es para la construcción de los hechos históricos y su utilidad en nuestra existencia. Muchas son las formas de explicar nuestra pertenencia e identidad; la más atractiva de ellas se da en los museos.
Los museos nos permiten aprender y sentir (en todas sus variables). El factor emocional es fundamental. No es lo mismo leer o ver lo evidente, que entender procesos, apreciar historias, involucrar sentimientos y disfrutar de la experiencia.
Así de directo y emocional es el rol de los museos para las personas y la sociedad. Su universo de acción es tan inconmensurable que podríamos definirlos en una sola idea: “Ser repositorios de memoria social”. A esto han llegado los museos públicos iberoamericanos en el 2017, luego de una década de entendimientos o consensos. Hoy, los museos apuntan a transgredir y transformar, subvertir, desarrollar y explicarlo todo para que construyamos nuestra propia opinión.
La gran responsabilidad de los museos públicos es activar espacios que construyan y aporten al pensamiento crítico y antagónico de nuestras sociedades.
Ser repositorios implica, también, poder custodiar, proteger, conocer y valorar el patrimonio que, en estricto, construye memoria social. Y es que no podemos separar el hecho histórico de las colecciones; uno tiene sentido con las otras. Así, la “memoria social”, ya vigente en casi toda Latinoamérica, cobra sentido y se torna necesaria.
“Memorar” en los museos admite formas de apreciar los contenidos de los mismos. Y ahí entramos a otro vital concepto; la apropiación.
Apropiar facilita la necesidad de aplicar modelos de gestión en el patrimonio, buscando pertenencia y una conexión que democratice y proteja los recursos patrimoniales. La necesidad de “apropiar” en los museos sugiere un cambio de conducta y de vinculación entre la sociedad y sus recursos culturales. Por lo tanto, la relación pertenencia-apropiación resulta vital para la construcción de identidad histórica.
La “apropiación” del patrimonio aporta a una relación con el individuo más sólida y coherente, fortaleciendo su presencia, su accionar y su participación en la construcción de sociedades más equitativas. Los museos, para esto, cuentan con los instrumentos adecuados de conexión.
Sin embargo, el limitado desarrollo y la banalización de los contenidos de los museos han contribuido mucho a un injusto debate sobre el flamante Museo Nacional del Perú (MUNA); en donde muchas opiniones adversas cuestionan su ubicación, el presupuesto invertido, su sostenibilidad y la vulnerable situación de los museos públicos. Si reenfocamos, veremos que el contexto cambia.
Pensemos en ampliar la custodia del patrimonio mueble (tan postergado), la investigación y conservación de colecciones, el empoderamiento de las ciencias sociales y en el fortalecimiento de la memoria social a través de la atención del patrimonio, activando muchos contenidos tan necesarios en nuestra contemporaneidad.
Sin duda, el MUNA plantea retos: convocar profesionales idóneos, cubrir los costos del edificio y sus colecciones, y garantizar su sostenibilidad institucional. Habrá que tomar decisiones nacionales y asumir posiciones preferentes en el Estado.
Estamos ante una oportunidad sustancial para la cultura que tal vez no se repita en 200 años. La institucionalidad pública en cultura, sobre todo en los museos, tiene en el MUNA la posibilidad de llegar a todos, emocionarlos, empoderarlos y revertir las cosas para mejor.
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