En la primera parte de esta extensa columna notaba que una de las características de nuestros tiempos es la fe en el mercado. El texto terminaba: “Pensar que los sistemas educativos van a mejorar con mayor participación privada es fe ciega”. A la vez hacía un llamado al “debate sobre la base de razones y no de fe”. Me alegra ver que, en cierta medida, esto ha sucedido.
Han surgido diversas voces, en este Diario y en otros medios, a favor y en contra del papel de los mercados y los agentes privados en la educación. El debate es bienvenido, siempre que los argumentos sean válidos, pero esto ha sucedido parcialmente.
Se ha argumentado que la explosión de escuelas privadas para pobres es señal de éxito de los mercados. Para ello, se ha mostrado el caso de Villa El Salvador, donde la matrícula privada cuadruplica a la pública. Vale la pena anotar que precisamente en ese distrito limeño el desempeño de los estudiantes en escuelas públicas supera al de los de escuelas privadas.
Es más, esa ventaja de las escuelas públicas viene creciendo desde el 2012, especialmente en matemáticas. Cada vez más padres están llevando a sus hijos a las escuelas privadas sin saber que no todas esas escuelas proveen una educación de calidad. Esto es síntoma de una de las tantas fallas de mercado que se deben corregir.
Se han mencionado las experiencias privadas exitosas reportadas en “Un árbol bello” (2009), del inglés James Tooley, de la Universidad de Newcastle. Lo que no se ha dicho, sin embargo, es que esta obra ha sido cuestionada.
En efecto, tal como el prestigioso diario británico “The Guardian” reporta el 12 de noviembre del 2013, el libro tiene ambigüedades que inducen al error. Tooley ha reconocido algunas ligerezas en la redacción, las que atribuye a sus editores.
Aquí vale la pena anotar que Tooley es un empresario de la educación. Es fideicomisario de las Omega Schools en Ghana, en cuyo negocio tiene como socio a Pearson, la transnacional más grande de recursos educativos.
A partir de intervenciones exitosas en una ciudad o en un país (se han mencionado los casos de India, Chile y Suecia, entre otros), se ha intentado dar validez universal a los resultados pretendiendo establecer una superioridad de las escuelas privadas. Estos sesgos cognitivos, cuando se procesan con fe ciega, sin dudas ni murmuraciones, inducen al error.
Lo apropiado, entonces, es revisar la literatura de manera comprehensiva, filtrando la evidencia sólida y sometiendo a escrutinio aquella que pudiera representar intereses particulares, como lo de Tooley.
Como dije en la segunda entrega de esta columna, esta revisión comprehensiva ha sido hecha por Dennis Epple, Richard Romano y Miguel Urquiola en un reporte publicado por la Agencia Nacional de Investigación Económica (NBER por sus siglas en inglés). La conclusión es clara. La superioridad de las escuelas privadas es un mito, especialmente entre los pobres.
Lo que la evidencia parece sugerir es que la competencia induce a la mejora de todos, públicos y privados. Y esto probablemente sirva como pista para orientar la discusión.
Porque, como también decía en mi segunda columna, “seguir pensando en disyuntivas Estado vs. mercado parece ser poco útil”. Parafraseando la columna de Piero Ghezzi, ministro de la Producción, en este Diario hace unas semanas, aquí también estamos frente a una falsa dicotomía.
Dividirnos entre los pro-Estado y los promercado no nos llevará muy lejos. Todos deberíamos ser proaprendizajes de nuestros estudiantes. La discusión debería orientarse hacia encontrar el mejor sistema educativo posible, en que nuestros niños y jóvenes puedan desarrollarse integralmente. Como he tratado de demostrar, creer que el libre mercado resuelve todo y que lo privado es mejor que lo público es, insisto, fe ciega. Avancemos.
¿Cómo podríamos avanzar? Explorando diversas formas de coexistencia y colaboración entre el Estado y los actores privados. Como presentaba Diego Macera en este Diario la semana pasada, el modelo de Fe y Alegría, por ejemplo, parece ser prometedor. Las diversas evaluaciones hechas por investigadores de Grupo de Análisis para el Desarrollo (Grade) y la Universidad del Pacífico (Pablo Lavado, Santiago Cueto, Gustavo Yamada y Micaela Wensjoe, entre otros) recomiendan el modelo de gestión pedagógica de estas escuelas. Este éxito sin fines de lucro merece ser analizado con mayor profundidad.
Aprovechemos las potencialidades del Estado y los agentes privados. Mientras el primero, gracias a su tamaño y presencia en el país, tiene capacidad de generar condiciones más justas para todos, el segundo gracias a su flexibilidad tiene la oportunidad de innovar y optimizar. Sumando ambos, con el claro objetivo de la mejora de los aprendizajes y formación integral de nuestros niños y jóvenes, podremos avanzar.
Dicho esto, frente a la plétora de fallas de mercado existentes, es necesaria una mejor y más efectiva regulación. Esto es algo que hasta el economista Friedrich Hayek, ícono de los libres mercados, entendió como fundamental para la sana competencia.