Nuevo currículo: no más “jalados”, por César Guadalupe
Nuevo currículo: no más “jalados”, por César Guadalupe

Algo positivo en estos días de cambio de gobierno es la decisión de dar continuidad a las políticas y acciones que consideramos bien encaminadas. El caso emblemático es el de la educación.

Recientemente, el Ministerio de Educación (Minedu) aprobó un nuevo currículo para la educación básica (inicial, primaria y secundaria – regular, especial y alternativa). Este representa un hito clave en un proceso iniciado hace 20 años, lleva a enfocarnos en desarrollar personas que actúen competentemente en sus vidas, dejando atrás la idea de una educación centrada en el conocimiento de áreas temáticas. Así, este nuevo currículo define competencias y estándares de desempeño respecto de las mismas.

Todo currículo genera controversias ya que, por un lado, siempre será perfectible y, por otro, existe una tendencia a considerarlo como el escenario último en el que se define qué debe pasar en las aulas. Sin embargo, lo que sucede en las aulas no depende solo del currículo, sino y fundamentalmente de lo que el docente haga con este (y con otros recursos con los que cuenta). Por ello, como señala el Consejo Nacional de Educación, es imprescindible acompañar al currículo con un plan de implementación que anticipe dificultades y facilite el trabajo docente con este nuevo referente.

Una novedad mayor que se desprende del enfoque en las competencias es la sección sobre evaluación de aprendizajes. Esto resulta clave no solo por su importancia intrínseca, sino por la magnitud del cambio adoptado: adiós al sistema vigesimal y uso de una escala ordinal (en inicio, en proceso, logrado, destacado) que se corresponde con desempeños esperados de los estudiantes. Este sistema, además, es consistente con la realidad del aprendizaje que no se expresa adecuadamente con una escala numérica continua (¿acaso 14 quiere decir que una persona puede hacer el doble que teniendo un 7?).

Sin embargo, este cambio que es impecable en el papel presenta desafíos mayores para su implementación. En primer lugar, representa un “shock cultural” para muchos actores acostumbrados a calificaciones numéricas, promedios generales sin sentido (promediar notas de matemáticas con notas de historia es como promediar papas con asteroides) y al cómputo de ránkings de poco o nulo valor educativo (tercio superior, etc.). Asimismo, demanda normas complementarias sobre la implícita eliminación de la “desaprobación” y, por lo tanto, posiblemente de la repetición de grado en toda la educación básica. Esto también choca con creencias hoy existentes; así, habrá voces que sentenciarán “cómo van a pasar de año si no han aprendido”. Con un poco de cinismo uno puede replicar “¿acaso no pasa eso ahora?” y sin cinismo preguntar “¿acaso la repetición garantiza el aprendizaje?”.

Asegurar el derecho a aprender no es un problema de escalas (numéricas u ordinales, aunque estas últimas son más adecuadas para medir aprendizajes) o de repetición (hay países que hacen las cosas muy bien sin ella), sino de un conjunto más complejo de mecanismos y acciones que atraviesan el sistema educativo. Asimismo, demanda un esfuerzo por entender que cuando un estudiante no logra lo esperado no “fracasa”, quien lo hace es el sistema educativo.

Este cambio es de crucial importancia y necesitará de un inmenso trabajo con docentes y padres (y otros usuarios de “notas” como las universidades y el propio Minedu) y ese es un desafío mayor que requiere un esfuerzo sostenido en el tiempo. Cosas importantes como estas son las que demandan continuidad.