Alrededor del mundo, crece la oposición a un comercio más libre. EE.UU. y China están inmersos en una grave disputa comercial y la administración Trump está renegociando los acuerdos comerciales existentes. De igual modo, Jair Bolsonaro, presidente de la mayor economía de América Latina, expresó su preferencia por las relaciones comerciales bilaterales en lugar del multilateralismo, pidiendo una reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Una región que resiste a la tendencia creciente del nacionalismo y el proteccionismo es África, que trabaja poco a poco para crear la zona de libre comercio más grande del mundo, uniendo a 54 naciones con una población total de más de mil millones de personas y un PBI combinado de más de 3,4 billones de dólares.
Esto no debería resultar sorprendente, pues si hay una política capaz de impulsar a las economías más pobres del mundo, es el libre comercio.
Lo trágico es que un libre comercio mundial auténtico tendría beneficios que van más allá de esos billones de dólares en que está valorado ese continente. Al oponernos al libre comercio, estamos negando a los más pobres del mundo una oportunidad real para salir de la pobreza, mientras privamos de grandes beneficios al resto del mundo.
Un comercio más libre siempre trae aparejados costos. Con cada acuerdo comercial, hay personas que pierden sus empleos, y algunas de ellas tendrán dificultades para encontrar otro trabajo. Pero cuando nos fijamos solo en estas historias, estamos impidiendo que unos árboles nos permitan ver el bosque.
Un estudio sugiere que el libre comercio aumenta la desigualdad de ingresos y que el costo de la redistribución podría erosionar más del 20% de los beneficios globales que se derivan de un acuerdo de libre comercio.
Es un dato significativo, y es importante reconocerlo. Pero también significa que el 80% de los beneficios todavía se mantienen. Y son cuantiosos.
¿Recuerda el acuerdo de libre comercio de Doha? Si pudiera ser recuperado, negociado y completado, haría al mundo 11 billones de dólares más rico cada año hasta el 2030, según una investigación encargada por Copenhagen Consensus. Incluso si aceptamos que el 20% de este beneficio se vería contrarrestado por las pérdidas y solo el 80% de los beneficios permanecería intacto, seguiría siendo una magnífica política para la humanidad por valor de unos 9 billones de dólares.
El libre comercio es, sin duda, bueno para los pobres del mundo, quienes tendrían nuevas oportunidades para prosperar y avanzar. El aumento de la riqueza con el acuerdo de Doha equivaldría a 1.000 dólares anuales adicionales por cada persona en el mundo en vías de desarrollo en el 2030. Esto reduciría en 145 millones la cantidad de personas que viven en la pobreza en solo 12 años.
El libre comercio también es bueno para los consumidores y los trabajadores de los países ricos: entre en cualquier tienda hoy y piense que la variedad de productos que ve es inimaginable en un mundo con fronteras entre todas las naciones y sin comercio libre.
Se ha demostrado que los estadounidenses de clase media obtienen más de una cuarta parte de su poder adquisitivo gracias al comercio exterior. El efecto es aún mayor –62%– para la décima parte más pobre de los estadounidenses. Y las industrias de exportación intensiva de Estados Unidos pagan a sus trabajadores hasta un 18% más que las empresas no exportadoras.
Además, también se ha demostrado que el libre comercio crea más empleos para las mujeres, reduce la discriminación laboral y conduce a mejores condiciones de derechos humanos. También existen beneficios ambientales: si bien el incremento de la producción aumenta la contaminación, los ingresos más altos impulsan una mejor tecnología y regulaciones más estrictas, lo que a su vez reduce la contaminación entre 12,5% y 15%.
Si solo nos centramos en el 20% de los beneficios que pueden perderse, corremos el riesgo de perder el 80% que permanecen: beneficios que repercutirán en los pobres del mundo, en los consumidores y en los trabajadores de los países ricos, e incluso en el planeta.