"Es una gran fiesta para los polacos y los lituanos, para todas las naciones de Europa Central y Oriental que crearon el legado de la antigua República".
"Es una gran fiesta para los polacos y los lituanos, para todas las naciones de Europa Central y Oriental que crearon el legado de la antigua República".
Andrzej Duda

Con un alegre ánimo primaveral celebramos en una gran fiesta nacional, cuyas raíces llegan al s. XVIII. Esta constituye la conmemoración de la Constitución promulgada el 3 de mayo de 1791, llamada Ley de gobierno [Ustawa rządowa] o Constitución de 3 de mayo. Fue la primera ley fundamental moderna en y la segunda en el mundo, una obra legislativa memorable. La aprobación de esta acta solemne por el Gran Sejm [Parlamento –N. del T.] de la República de las Dos Naciones reunido en Varsovia tenía carácter de un avance histórico. El legado de la Constitución de 3 de mayo, incluido en ella el pensamiento del sistema de gobierno y el mensaje de libertad y democracia, son parte de gran importancia del acervo europeo. Por eso, el 230° aniversario de promulgación de esta Constitución que celebramos este año debería ser una fiesta inspiradora para toda Europa moderna.

Las grandes normas institucionales frecuentemente son efecto de un solsticio político o cultural, fruto de una reflexión perspicaz sobre las claras y oscuras partes del curso de la historia. Sin embargo, el truco está en arreglar sabiamente, no derrumbar totalmente, moviéndose por un pensamiento utópico, aislado de la realidad de la historia. Un nuevo orden no se puede decretar arbitrariamente sobre el papel, tiene que salir de las experiencias humanas, anhelos y afanes auténticos.

Un ejemplo de una fusión exitosa de la visión de futuro y realismo es la primera Constitución en el mundo –la estadounidense–, siendo esta respuesta a los desafíos de la historia. También los creadores de la Constitución de 3 de mayo de 1791 referían sus planes de reformas a una situación política y social concreta. La Constitución se convirtió en un buen medicamento para la crisis que sufrió en aquel entonces la República. La ley gubernamental iba a servir para fortalecer la libertad de los ciudadanos y sus derechos, la buena gobernabilidad y la estabilidad del Estado. Iba a dar al organismo del Estado la fuerza para ser independiente, y eficazmente confrontar las acciones hostiles de las potencias vecinas que querían dominar la República y, finalmente, saquear su territorio. No fue una coincidencia que Rusia de la zarina Catalina II y Prusia del rey Federico II pintaban una imagen negativa de los polacos en la arena internacional, presentándolos como incapaces de autodeterminación y autogobierno eficaz. La Constitución de 3 de mayo era un testimonio de que es totalmente lo contrario, que de aquí, de Europa Central y Oriental, de la República de Águila blanca y de Pogoń lituana, que era una casa común de muchas naciones y culturas, salen unas modernas –al mismo tiempo visionarias, con sentido común y pioneras– soluciones.

El aniversario de hoy de la promulgación de la Constitución de 3 de mayo es también una ocasión para recordar toda la tradición gloriosa de régimen gubernamental de la antigua República –tradición del Estado de derecho, democracia, parlamentarismo–. Es ella una parte importante de nuestra identidad. Cabe saber que las ricas tradiciones republicanas, inspiradas por los logros de Antigua Roma y Grecia, tienen sus raíces en Polonia ya en el s. XIV. El fuero de la nobleza neminem captivabimus («nadie será provisto de libertad sin sentencia judicial») del año 1430 fue significativamente anterior al Habeas Corpus Act inglés del año 1679. La ley promulgada por Sejm, nihil novi sine communi consensu («nada nuevo sin el acuerdo común»), que prohibía al monarca introducir cualquier ley no aprobada por el Parlamento data del año 1505. El rey, desde 1573, fue elegido vía sufragio universal de toda la nobleza, que constituía un 10% de toda la sociedad. El acto de la Confederación de Varsovia de 1573 hasta hoy se considera como el monumento de la tolerancia religiosa. La misma institución en 1569 de República de las Dos Naciones –un país común de los Polacos y Lituanos creado según las reglas de una unión voluntaria, equitativa– era un fenómeno en Europa de aquel entonces que podría considerarse hoy como el prototipo de la actual Unión Europea.

La Constitución de 3 de mayo –que convertía la República del s. XVIII en la monarquía constitucional, basada en la división tripartita del poder, que garantizaba a los ciudadanos la protección de la ley– fue un desarrollo consecuente de nuestro acervo. Cabe subrayar también que esa solemne, innovadora reforma constitucional era un efecto de un proceso político y no de una revolución armada o represalias sangrientas hacia todos los grupos sociales. La idea principal de la Constitución era la de una comunidad civil: que viva el Rey, que viva Sejm, que viva la Nación, que vivan todas las clases. Ese acto histórico es para nosotros fuente constante de un profundo orgullo.

Los enemigos de la libertad consideraron que la moderna, libertadora Constitución de 3 de mayo era una amenaza. La Rusia imperial absolutista, con el apoyo de Prusia, provocó la guerra por la Constitución e hizo todo para destruir su legado. Pero la obra de la Constitución de 3 de mayo perduró. En la conciencia de las generaciones se grabó la memoria sobre la crítica reforma del régimen, sobre el impulso de ideas y del espíritu; impulso cuyo objetivo era una modernización salvadora que aludía a los valores universales más excelentes. El legado de la Constitución de 3 de mayo es una parte inherente del patrimonio europeo más excelente. No es coincidencia que durante la celebración del 50º aniversario de los Tratados de Roma, la Constitución de 3 de mayo fue referida como «una de las primeras fuentes de la idea de la Unión Europea».

Estoy convencido de que también hoy podemos juntos aprender de las premisas ideológicas y del legado de la Constitución de mayo –también meditando sobre la futura forma de la integración europea y sobre una eventual futura modificación de los tratados europeos–. Siempre inspiradora debería ser la regla incluida en la Constitución de 3 de mayo: «Cualquier poder de la sociedad humana tiene su origen en la voluntad de la nación». Déficit de la democracia, imperfecta articulación de la representación civil en la dirección de las decisiones de la Unión Europea es uno de nuestros desafíos comunes más importantes (es interesante que la tensión entre la necesidad de practicar tanto la democracia, como de la meritocracia, encontramos también en las disposiciones de la constitución de mayo). Del mismo modo estaba buscando también las formas de lidiar la tradición con la modernidad –era pues una conjunción de las ideas de la Ilustración con cultivar los valores cristianos, considerados como el fundamento de la unidad de Europa. Cabe subrayar que la Ley gubernamental de 1791 se regía por las reglas que hasta la fecha tratamos invariablemente como los fundamentos de la civilización europea y del orden europeo: respetar la dignidad humana, la libertad, igualdad y solidaridad. Son indicaciones de la brújula axiológica cuales no podemos perder de campo de visión.

Por eso, comparto con ustedes un enorme orgullo y alegría en el 230° aniversario de la promulgación de la Constitución de 3 de mayo. Es una gran fiesta para los polacos y los lituanos, para todas las naciones de Europa Central y Oriental que crearon el legado de la antigua República. Es también nuestra fiesta común europea. Que esa sea la inspiración para construir una Europa aún mejor e integrada. Que sea, como se oía en los cantos de antes, la aurora de mayo.

*Este texto es publicado simultáneamente con la edición mensual polaca “Wszystko co Najważniejsze”, en cooperación con el Instituto Polaco de Recuerdo Nacional y KGHM.

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