Cifras, anuncios y varias promesas porque el papel lo aguanta todo. Hojas preparadas para cumplir con la fecha y ninguna expectativa de nosotros, los millones de peruanos que somos el lado más importante y que, por sobre todas las cosas, esperamos que el portazo de la indiferencia se abra a las grandes oportunidades de las que tanto se hablan en ese papel, pero por las que no se trabaja a conciencia y con decencia.
Vamos con los datos que nunca están presentes en los mensajes presidenciales, porque la autocrítica es un deber moral del que carecen varios. Mencionemos solo algunos:
Essalud, como si nos sobrara tiempo y calidad en el acceso, ha tenido ocho presidentes fugaces y sin mucho brillo, pero con cuestionamientos de sobra. Y mientras intentamos entender por qué elegimos a los peores, el drama diario continúa: consultas externas casi imposibles, cirugías sin calendario disponible, disminución en el suministro de medicinas; es decir, tenemos un déficit en la disponibilidad de servicios que le cuesta la vida a millones de peruanos.
Si miramos la educación, paradójicamente este prometió ser un gobierno reivindicativo para el sector, pero terminó siendo su principal lapidario. Los protagonistas: profesores con títulos falsos, 165 de ellos ya denunciados por la fiscalía y más de 3.800 expedientes en evaluación. Mientras tanto, van en aumento la deserción escolar, la desigualdad de género y las brechas en el área rural, dejando sin posibilidad a miles de jóvenes de competir en el mercado laboral. Sin voces autorizadas para ser garantía de una educación integral vigilante se entiende la cifra alarmante de violencia dentro de las aulas, más de dos mil casos de bullying registrados no resueltos. El Ministerio de Educación no solo necesita mayor presupuesto, sino también una gestión eficiente.
La pregunta es: ¿cuánto le importa al Estado que nuestra vida mejore? ¿Cuándo seremos un país justo que nos devuelva la ilusión?
Volviendo a la idea inicial, escribo por nosotros, porque quienes tenemos que celebrarnos somos los millones de peruanos que hemos resistido y que, sin duda, seguiremos resistiendo ante la desesperanza y frustración de sentir el desprecio de nuestras autoridades. Celebro el coraje de hacer camino, de secarse las lágrimas y sobreponerse encontrando razones para hacerlo.
Escribo por los que se fueron, con el corazón destrozado al dejar a sus familias y amigos y tuvieron que empezar de cero en otro país buscando oportunidades que aquí nunca llegaron porque la incertidumbre es una constante y, aunque decepcionados con tanta indiferencia, no dejan de sentirse orgullosos del Perú y siguen soñando con regresar y encontrar un país diferente.
Pero también por quienes han perdido las ganas de pelear por sus sueños aquí; no los juzgo, razones sobran y no pretendo convencerlos de nada, pero sí deseo de corazón que todo vuelva a tener sentido porque nos lo merecemos.
Y por quienes nos quedamos y seguimos apostando por el Perú: que sigamos construyendo con honestidad y esperanza de cambiar el presente, mejorar el futuro y honrar el pasado.
Deseo que no perdamos identidad, que no dejemos de emocionarnos por nuestros logros y que cohabitemos con respeto y empatía. Nos necesitamos fuertes y unidos.
Suscribo una frase de Gustavo Rodríguez que hace un año le dio sentido a esta fecha y que hoy es lo que deseo para todos: “que cada día te levantes con la bondad en el pecho”.
Por el Perú que todos soñamos.