(Ilustración: Rolando Pinillos)
(Ilustración: Rolando Pinillos)
Manuel José Ayulo

No es extraño que nuestros presidentes contravengan las promesas que ofrecieron durante la campaña electoral. Una antología de esta polémica tradición incluye, entre otros, la promesa de Alberto Fujimori en 1990 de no aplicar el shock económico, cuando Ollanta Humala reemplazó la gran transformación por la hoja de ruta durante el último trecho de la campaña del 2011, o el indulto a Alberto Fujimori dado por Pedro Pablo Kuczynski la última Nochebuena. El Perú hoy es en parte el resultado de estas promesas fugaces, giros sorpresivos. 

Es común ver estos cambios como un problema. Se juzga que el político es inconsecuente o calculador, ya que traiciona al elector que creyó en sus promesas cuando era candidato. Sin embargo, un cambio de opinión también puede ocurrir cuando el político accede a información que ofrece mejores alternativas o cuando se encuentra en escenarios antes no contemplados. Así, el político requiere reflexión y flexibilidad para cambiar el rumbo en aras de un bien mayor. Recordemos que en democracia, nosotros elegimos representantes no solo por sus promesas, sino también porque confiamos en que lidiarán adecuadamente con situaciones imprevistas en el plan de gobierno. Coherencia, reflexión, flexibilidad son todas cualidades que queremos en nuestros gobernantes, por lo que no cabe juzgar un cambio de opinión sin antes examinar sus causas y contexto.  

¿Por qué ocurren estas promesas fugaces? Por ejemplo, la politóloga Susan Stokes estudió cómo varios presidentes en América Latina aplicaron reformas neoliberales a pesar de ganar elecciones con promesas populistas (2001). Stokes formuló dos hipótesis: o los presidentes reconsideraron las nefastas consecuencias de no aplicar la reforma o buscaron aplicar la reforma para enriquecerse. Para el caso peruano, Stokes describe cómo una serie de actores nacionales e internacionales convencieron a Fujimori para virar la política económica. En resumen, la investigación presenta un proceso de causalidad que refuerza la hipótesis de que Fujimori demostró flexibilidad y reflexión en esta decisión.  

¿Qué podemos decir sobre la motivación detrás de la última promesa fugaz del presidente Kuczynski? Después de todo, PPK ganó la presidencia con cánticos antifujimoristas. Hay dos hipótesis: un indulto técnico-humanitario o un indulto negociado. Existe evidencia de que el Gobierno preparaba un eventual indulto con los cambios en el Ministerio de Justicia y la Comisión de Gracias Presidenciales. Sin embargo, la sorpresiva solicitud de vacancia generó una crisis que forzó a la acción. Para ese momento, Kenji Fujimori, quien desde tiempo atrás buscaba abiertamente negociar el indulto, fue el único fujimorista que votó en contra de debatir en el pleno la moción de vacancia

La formación del ‘bloque Kenji’ durante la crisis y la inmediata fractura del fujimorismo son evidencias que refuerzan la hipótesis de un acuerdo negociado. Por otro lado, un indulto no negociado habría debilitado a Kenji, ya que se le podría percibir hoy como un simpático rebelde en búsqueda de protagonismo que finalmente falló en su cometido. Sin embargo, la aprobación de Kenji subió 5 puntos después del indulto y para febrero del 2018 mantiene mayor aprobación que Keiko y los demás líderes con potencial electoral (Ipsos). Finalmente, cualquiera que defienda la tesis del indulto técnico-humanitario tiene la ingrata tarea de explicar cómo el indulto es independiente de la crisis que le precedió.  

La última promesa fugaz de nuestra república está alejada de las virtudes de coherencia, reflexión o flexibilidad. Tampoco hemos presenciado al pillo que calcula la mejor forma de hacerse con el tesoro público. Todo parece indicar que lo que hemos visto es una motivación elemental, profundamente humana: es el deseo inmediato por sobrevivir hoy y, quién sabe, si tal vez mañana.