De la religión a la espiritualidad, por Juan Dejo S.J.
De la religión a la espiritualidad, por Juan Dejo S.J.
Juan Dejo S.J.

Según encuestas realizadas en los últimos años por la importante consultora internacional Gallup, el número de ateos se estaría incrementando en todo el mundo. Para algunos analistas, el incremento de la estabilidad económica y la modernización en algunas sociedades haría que muchos individuos vayan dejando la práctica religiosa. Sin embargo, si esta premisa fuera cierta, un país como Estados Unidos hace un buen tiempo se habría transformado en ateo (el último reporte de junio de este año muestra un total de 89% de creyentes, con un incremento de tres puntos porcentuales respecto de hace tres años).

El fenómeno parece ser más complejo. Si bien es cierto que las religiones parecen estar a la raíz de reacciones impulsivas, a veces irracionales hasta la violencia, no por ello el trasfondo de las religiones debe considerarse como algo negativo. Esta es la conclusión de muchas personas que, supuestamente guiadas por una exigencia de su razón, atacan a todo el sistema por algunos de sus efectos colaterales.

Lo que debemos preguntarnos, antes que por el aumento o descenso de creyentes o de ateos, es por la persistencia de las religiones, más allá de que entendamos o simpaticemos con sus credos. Neurocientíficos importantes vienen estudiando la experiencia religiosa y extrayendo algunas conclusiones: no puede confundirse religión con espiritualidad. Esta última es anterior a la religión, la precede. Sin ella, la religión se vuelve una ideología que conduce a la repetición sin conciencia personal de lo que se hace o se expresa en la supuesta creencia. 

Los datos de la neurociencia se vinculan hoy a la arqueología y a la psicología. Autores como Steven Mithen, Andrew Newberg, Michel Beauregard o Dan Hammer (quien clama haber hallado el gen que posibilita la experiencia espiritual) los utilizan para mostrarnos un panorama mucho más coherente en la “evolución” de las religiones desde su origen en la mente de nuestros ancestros: en el principio, debió haber una experiencia espiritual; luego, ella habría ido tomando forma en diversas interpretaciones que, a su vez, dieron lugar a los sistemas que hoy entendemos como religiosos. 

Las primeras muestras culturales son, en efecto, religiosas. Esto no quiere decir que por ser iniciales sean primitivas o menos elaboradas. Todo lo contrario, probablemente nos indican una prioridad espiritual en la existencia humana de la cual, con sus luces y sus sombras, las religiones han dado cuenta. Por ellas, el ser humano ha proyectado en la historia una moral en la que la reciprocidad y la cooperación han conducido a objetivos altruistas, inscribiendo un sentido a la existencia. Pero también es cierto que ya que se trata probablemente de algo previo a los mecanismos racionales, la expresión religiosa se encuentra imbricada con lo que denominamos pasiones. 

Lo que quiero decir es que toda crítica a los sistemas religiosos no debe conducir a considerar sus efectos erráticos como si fueran lo mismo que su esencia espiritual. Es esta esencia la que imprime el sentido último y la universalidad a las religiones y, ya que constatamos su ineludible peso en las culturas humanas, debe conducirnos a buscar similitudes, coincidencias, finalidades comunes en todas ellas para reforzar sus valores positivos y rescatarlos en beneficio de la humanidad del futuro. El encuentro de líderes religiosos en Asís el próximo 20 de setiembre puede ser un signo más de la nueva racionalidad que el mundo de mañana requiere y que una espiritualidad más universal puede brindarle, más allá de toda compulsión dogmática.