Todo empezó con órdenes de servicio que sumaban 175.400 soles a favor de Richard Cisneros. Y continuó en un lío entre la secretaria personal del presidente y la Secretaría General de la Presidencia, de consecuencias dramáticas para el país. La angurria política y una supuesta traición de su personal de confianza allanaron el camino hacia una moción de vacancia presidencial.
PARA SUSCRIPTORES: Solo villanos, por Mario Ghibellini
Pongamos a los actores y a los hechos en su real dimensión. En los audios no se escucha a un estadista que guía un país en crisis. Si algo revelarían sería la pequeñez de un inquilino del poder que intenta borrar huellas de toda cercanía con un personaje cuya grandilocuencia e histrionismo son inversamente proporcionales a su autoproclamado talento. La calificación de los supuestos delitos quedará para el análisis de los especialistas.
Mirémoslo en perspectiva: en medio de una pandemia que ha arrebatado la vida de más de 30 mil peruanos, el presidente verificaba personalmente el registro de los ingresos de una persona, insignificante en la coyuntura, a Palacio. ¿Por qué el tiempo dedicado a “coordinar” la información que sería entregada a las autoridades? La torpeza de quien representa a la nación quedó evidenciada no por un complot sofisticado, sino, aparentemente, por la virulenta venganza de su secretaria.
En esta tragicomedia, un personaje con rasgos megalómanos, busca robarse el show. Así, este elenco compone una vergonzosa puesta en escena que demuestra la precariedad de quien gobierna el país. Solo, sin partido, sin bancada, sin vicepresidente… y, ahora, con su entorno de confianza quebrado.
El Congreso no se queda atrás. La lista de denuncias que pesan sobre el congresista Edgar Alarcón, el poco idóneo presidente de la Comisión de Fiscalización, registra su poca capacidad moral para acusar. ¿Capaz de ser el ventrílocuo de una secretaria dolida? Las investigaciones lo dirán. Al clamor de vacancia presidencial se alinearon congresistas de diversas bancadas con historiales dresprolijos, como José Luna y Omar Chehade y otros inéditos que a punta de populismo o discurso antisistema esperan encontrar una parcelita de poder.
En menos de 12 horas se tramitó la moción. La tremenda (ir)responsabilidad de decidir quebrar el proceso democrático en medio de una pandemia y a siete meses de las elecciones, no tuvo mayor reflexión. La angurria del poder, en medio de una confrontación endémica entre Ejecutivo y Legislativo, parece ser el principal movilizador de quienes llevaron al hemiciclo leyes populistas, intereses privados y delirios electorales.
A nuestro alrededor no encontramos altura política. No hay líderes con cualidades que brillen en medio de tanto barro. Lo que algunas personas son capaces de hacer por llegar al poder es tan sorprendente como indignante. Pero están dispuestas a mucho más por mantenerse en él, así sea por una migaja. Esas son nuestras miserias bicentenarias.