Símbolos que nos unen, por Michel Laguerre Kleimann
Símbolos que nos unen, por Michel Laguerre Kleimann
Redacción EC

Existen momentos trascendentales en la historia de los pueblos que se perennizan en el tiempo a través símbolos. Estos promueven la toma de conciencia de que somos, en gran parte, las consecuencias de las acciones buenas y malas de los que nos antecedieron. 

Así, en esta oportunidad se desempolvará la historia de una mediana y muy elaborada estatua atlética que permanece en la desde el 21 de octubre de 1929. En efecto, el Perú y Chile habían firmado el 3 de junio de 1929 el Tratado de Lima por el cual sellaba un pendiente diplomático abierto desde el fin de la guerra de 1879. 

El hecho fue altamente festejado por ambos gobiernos de la época. Don sostuvo ante el Congreso Ordinario de 1929 que se había restablecido “la vieja amistad entre el Perú y Chile que fundaron los héroes y quebrantaron las ambiciones”.

En este contexto histórico, el 17 de octubre de aquel año, los agregados naval y militar de la República de Chile visitaron las instalaciones de la Escuela Naval del Perú, donde fueron recibidos por el director del plantel, quien los invitó a pasar inspección a las instalaciones del alma máter de la oficialidad peruana. Se terminó en la cámara de oficiales, donde se realizó el agasajo a los visitantes con la entonces tradicional ‘champañada’.

En el transcurso de los brindis, el contralmirante Chappuseau “manifestó traer el saludo oficial de los cadetes navales chilenos para sus camaradas los cadetes navales peruanos, expresando además que era portador de un trofeo de atletismo que aquellos le habían encomendado para entregar a los mejores atletas de la Escuela Naval del Perú” . 

La entrega se concretó cuatro días más tarde, que consistió en “un grupo escultórico de bronce que representa dos luchadores i lleva en su base una placa de plata con la siguiente inscripción: Los Cadetes de la Escuela Naval de Chile a los Cadetes de la Escuela Naval del Perú.- 1929-1930-1931” [sic].

Cinco meses más tarde, en el contexto del Crucero de Verano de 1930, el pabellón peruano volvió a flamear en aguas chilenas, arribando al pintoresco y bohemio puerto de Valparaíso. El 11 de marzo, el comandante general de la Escuadra Peruana, en compañía de oficiales y cadetes peruanos, visitó la antigua Escuela Naval de Chile, donde fue recibido por su director. 

Luego de pasar inspección a las diversas instalaciones, se reunieron en el comedor para efectuar la ‘champañada’ de rigor, en la cual el capitán de navío Julio V. Goicochea obsequió, a nombre de los cadetes peruanos, un trofeo representando una “artística concha, toda cincelada en plata, ostentando en el centro un escudo de no menos labor artística”. 

Fue tan sublime y emotivo el momento que los sentimientos de hermandad latinoamericana y marinera sobrepasaron a los límites negativos del pasado que desunieron a pueblos hermanados por el tiempo, para dar paso a un vibrante “Viva Chile” por parte del marino peruano, siendo contestado por un estridente y elocuente “Viva el Perú” por parte del marino chileno, siendo, ambas frases, de llamamiento a la amistad sincera, coreados por todos los oficiales y cadetes presentes.