Todorov y la cuestión del otro, por Max Hernández
Todorov y la cuestión del otro, por Max Hernández

Hubiese podido ser suya la frase de Terencio “Hombre soy; nada de lo humano me es ajeno” y la hubiese pronunciado sin un ápice de jactancia. Tzvetan Todorov fue uno de esos intelectuales inclasificables: ¿psicólogo, filósofo, lingüista, semiólogo, teórico de la literatura, historiador? Nació en Sofía, la capital de Bulgaria, se instaló en París y adoptó la nacionalidad francesa. Conocedor como pocos de los teóricos del formalismo ruso, no se dejó obsesionar por sus fórmulas. Una de sus primeras incursiones extrañas a la crítica literaria –es un decir– ,“La conquista de América: la cuestión del otro”, publicada en 1982, no tuvo la repercusión que de sobra merecía en nuestro país. 

La atención prestada por Todorov a la conquista de México, tema capital del libro, se debe a que ilustra el gran cambio que se operó en los albores del siglo XVI cuando el interés predominantemente geográfico personificado por Cristóbal Colón fue sustituido por la vocación de dominio sobre los nuevos súbditos españoles encarnada en Hernán Cortés. Cabe recordar que –como señala con británica circunspección John Elliott– entre 1519, cuando Cortés llegó a Tenochtitlan y Hernando Magallanes zarpó de Sevilla con su pequeña flota para dar la vuelta al mundo, y 1522, la fecha del retorno de La Victoria, el único barco que logró anclar en Sevilla al mando de Juan Sebastián Elcano con apenas 18 sobrevivientes, emergieron dos grandes proyectos que habrían de dominar la historia de los siglos venideros: la globalización y el imperialismo territorial europeo. Fueron tres años en los que el mundo se transformó. 

Todorov dedica el libro “a la memoria de una mujer maya devorada por los perros” pues no quiso entregarse a un conquistador por fidelidad a su marido. Cuatro verbos: descubrir, conquistar, amar y conocer conjugados desde el poder jalonaron el itinerario que España –avanzada del Occidente– siguió cuando se encontró con el otro americano. Cuatro momentos, cuatro sujetos –uno para cada verbo– y un interlocutor destacan en un recorrido que cubre casi todo el siglo XVI y reverbera hasta nuestros días. 1492, cuando Colón avista las costas de la Española; 1519, cuando Cortés desembarca en la costa mexicana para arrebatar el “Imperio” azteca a Montezuma II; 1552, cuando Las Casas publica la “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”; y 1581, cuando Diego Durán escribe su “Historia de las Indias de la Nueva España”. 

En sus páginas se van revelando los mecanismos intelectuales y los cortocircuitos emocionales de un modo de situarse frente al otro que lo silenciaba a la vez que autorizaba la destrucción de su civilización. La historia, la antropología, la especulación filosófica, la reflexión ética y la historia de las ideas convergen, monologan, dialogan y conversan. Los testimonios sobre una realidad histórica en la que la violencia física y moral tomaba formas espeluznantes son puestos en contexto a través de una escritura en la que el autor no cae en la tentación de “desaparecer” para ceder su lugar a los protagonistas y tampoco busca someter las voces de estos a su imperio. Es apenas un testigo conmovido por lo que muestran los textos en los que basa una reflexión que tiene muy en cuenta que la búsqueda de la verdad histórica no es objetiva, pero exige capacidad intelectual e integridad moral a quienes la persiguen. 

Todorov subraya el estéril maniqueísmo de condensar el balance de lo acontecido en la justificación de las guerras coloniales en tanto trajeron consigo los beneficios de la civilización occidental o en la condena a la interacción con el resto del mundo que idealiza una identidad americana cerrada en sí misma. Su lectura de los textos sobre la conquista de México –una historia que debe servir de ejemplo, nos dice– le permite descubrir cómo se descubre al otro. Mejor decirlo con sus palabras: cómo “yo descubre al otro”, especialmente si se sabe como Rimbaud que “yo es otro”. 

Dos ideas fuerza presentes desde el primer momento van tomando forma cada vez más nítida: el conocimiento de uno mismo pasa necesariamente por el descubrimiento del otro y la diferencia que la alteridad pone de manifiesto debe ser vivida en un horizonte de igualdad. Un epílogo de inspiración lascasiana retoma el episodio de la joven maya a quien dedica el libro. Difícil, escribe, imaginar un destino más trágico. Dos hombres se enfrentan y la mujer no es sino el lugar vacío en el que se enfrentan los deseos y las voluntades de los guerreros. 

El humanismo crítico de Todorov está presente en sus elogios al individuo y a lo cotidiano, sus puntos de vista sobre el pensamiento ilustrado, la democracia, los abusos de la memoria, la insumisión y su desprecio por quienes oprimen estampados en las páginas de todos sus escritos. Pese a haber sido riguroso e implacable con las atrocidades de la conquista española, obtuvo en el 2008 el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. El jurado ponderó su sabiduría y erudición, su capacidad de superar fronteras y buscar puntos de encuentro, su apuesta por la democracia, por el entendimiento entre culturas y el reconocimiento del otro. Su lucha contra el desarraigo, la violencia y las distorsiones de la memoria colectiva. 

Un hombre que abrazó apasionadamente los ideales de libertad, igualdad, integración y justicia ha partido de este mundo dejando como testamento su obra y su ejemplo de ciudadano comprometido con su tiempo.