Los peruanos vivimos soñando con una mejor política y sufriendo con reformas que suelen fracasar en el intento. Quizás sea momento de experimentar nuevas rutas para llegar a otros resultados.
El paupérrimo nivel de nuestros políticos debería hacernos evaluar la introducción momentánea de filtros más exigentes para las candidaturas a presidente y congresistas. Por ejemplo, podríamos exigir que, desde el 2026, los candidatos al Congreso tengan como mínimo una maestría en las mejores universidades peruanas o extranjeras, y que los candidatos a la presidencia posean además experiencia previa como congresistas o ministros. Estos cambios radicales en los requisitos elevarían rápidamente el nivel de nuestras autoridades y romperían las argollas miopes que controlan los partidos políticos. Además, estos cambios obligarían a los partidos a escoger con más cuidado sus candidatos y a los políticos, a construir una carrera más consistente para postular a estos puestos. Sería el fin de los ‘outsiders’.
Dos principales críticas se oponen a la idea de poner altas vallas para los puestos de elección popular. La primera es que serían incompatibles con el ideal democrático de que todos tenemos el derecho de elegir y ser elegidos. Sin embargo, esta crítica se sustenta en una ficción. No es cierto que todos podemos ser elegidos en democracia. En realidad, cualquier ciudadano que aspira a un puesto electivo debe pasar primero por el filtro de los partidos políticos, militando y formándose políticamente en estas instituciones.
La segunda crítica es que estos filtros son elitistas, pues no todos los ciudadanos pueden acceder a este tipo de educación. Esta crítica es perfectamente válida. Sin embargo, se pueden tomar medidas para mitigar este aspecto elitista, otorgando, por ejemplo, miles de becas anuales a los partidos para que envíen a formarse a sus mejores militantes en todo el país. Esto fortalecería a los partidos con personal bien formado de todos los sectores sociales y de todos los rincones del país, y permitiría introducir más meritocracia en estas instituciones, pues no todos los militantes pueden culminar con éxito estos programas de estudio.
También debemos implementar varias reformas que se vienen discutiendo ampliamente en este Diario. Sin embargo, en mi opinión, nuestro problema no radica tanto en cambiar nuevamente algún aspecto de las reglas de juego, sino más bien en el cambio del comportamiento de los jugadores. Un país con políticos responsables lograría que sus actores se pongan de acuerdo para hacer funcionar cualquier tipo de reglas. Por el contrario, nuestros políticos se las ingenian para impedir que cualquier buena iniciativa pueda funcionar. No es ningún secreto que el Perú tiene un bajo nivel educativo, élites políticas mediocres y una ciudadanía despolitizada. Esta combinación es difícil de revertir con cambios que simplemente nos regresen a una situación anterior o esperando que los políticos recapaciten sobre su comportamiento. Es necesario implementar medidas correctivas que obliguen a los políticos a cambiar y que nos permitan construir progresivamente una mejor clase política.
Obviamente la incorporación de filtros educativos o laborales tiene muchos aspectos cuestionables. Estos no atacan, por ejemplo, nuestros problemas de representación, ni reducen la brecha que separa los intereses de los políticos de los de los ciudadanos. Sin embargo, tampoco podemos seguir siendo indolentes ante la aplicación de la política del “gato pardo”; es decir, “que todo cambie para que nada cambie”. Si el objetivo es profesionalizar la política peruana, entonces es razonable deliberar en democracia sobre la pertinencia de exigir altos niveles de formación, experiencia y honestidad a nuestros candidatos. Esto permitiría mejorar la calidad de nuestro personal político y acostumbrarnos progresivamente a tener mejores representantes.
La experiencia de Pedro Castillo debería servirnos para aprender que es una pésima idea seguir entregando el poder a personas que no tienen idea de lo que hacen. Es posible que, si no incorporamos filtros más exigentes, el país continúe eligiendo representantes más o menos similares a los que tenemos ahora. Entiendo perfectamente que esta reforma suele levantar muchos anticuerpos y que no va a convencer a todos los lectores, pero, tal vez, podríamos comenzar a considerar esta alternativa para dejar de quejarnos de tener políticos que no dan la talla.