Narescka Culqui

El estado anímico que envuelve al país en estos días es de impotencia. Impotencia del ciudadano respecto de los políticos. Para muchos, es frustrante ver cómo sus representantes elegidos en las urnas, tras llegar al poder, solo generan decepción e indignación. La de la democracia de la que tanto hablamos es, en buena cuenta, como dice el historiador David Van, una crisis de los políticos.

Hemos llegado a un punto en el que los políticos se pintan de izquierda, de derecha o de centro, según las circunstancias y lo que más les convenga. Pero lo cierto es que las ideologías y las corrientes de pensamiento han quedado relegadas hace mucho tiempo. En su lugar, se ha impuesto gente que no tiene banderas políticas en sí y que solo desea usar el poder para sus apetitos personales y agendas privadas. Lo que realmente tenemos es a un grupo de mercenarios inescrupulosos gobernando el país.

Somos una sociedad informal y, quizá por ello, el terreno de la política no es ajeno a esta impronta. El informalismo político se ha convertido en un fenómeno que nos ha llevado al desgobierno permanente. Los políticos que nos representan desconocen las reglas del estado de derecho y se dicen demócratas al mismo tiempo que violan la Constitución, las leyes y las libertades. Su rostro es el populismo, la intolerancia, el extremismo, el conservadurismo y el autoritarismo. Lo suyo, en pocas palabras, es la inconsecuencia.

Todo ello explica cómo congresistas exigen, por un lado, respeto a las instituciones, pero, al mismo tiempo, no tienen mayor reparo en respaldar un proyecto de ley que recorta el mandato de órganos constitucionalmente autónomos. O es el caso de muchos políticos que rechazaron el fallido golpe de Estado de Pedro Castillo y que, a pesar de ello, unos días después negaron dicho golpe e incluso pidieron su retorno a la presidencia con total cinismo. También podemos citar como ejemplo cómo en campaña nuestra presidenta Dina Boluarte pedía responsabilidad por las muertes de civiles en las protestas contra Manuel Merino, llamándolo asesino, y, sin embargo, estando en el poder no es capaz de asumir la más mínima responsabilidad por las muertes durante su mandato. Y así podríamos seguir.

Incluso en los últimos días vemos a un sinfín de oportunistas tratando de sacar provecho de nuestra convulsionada patria, indolentes frente al dolor que se respira en las regiones. Esta inconsecuencia genera hartazgo, más aún en tiempos de crisis. Lamentablemente, el statu quo de informalismo político difícilmente cambiará en el corto o mediano plazo, más todavía si no se lleva a cabo una seria, que es imposible de lograr en este escenario de adelanto de elecciones por el corto tiempo que se tiene y porque los encargados de aprobar tales reformas serían los mismos políticos informales que el país pide que se vayan.

En este contexto, la responsabilidad recae sobre la propia ciudadanía. Y si bien la oferta política es deficiente, vamos a tener que elegir inevitablemente dentro de esta oferta a los políticos que nos representarán en reemplazo de este saliente y . Esta vez debemos considerar, si no lo hemos hecho antes, la inconsecuencia política de quienes postulan como un factor determinante para emitir nuestro voto, pues son las acciones y no las palabras de un político las que hablan de su talante democrático.

Narescka Culqui es abogada y política