En la elección a la alcaldía de Lima se juegan no uno sino varios partidos. Detrás de la pretensión por alcanzar el sillón municipal, los candidatos mantienen una agenda oculta que influirá en el tipo de campaña que desarrollen. El trasfondo de esta agenda es que las elecciones generales serán 16 meses después de las municipales, de manera que el resultado de la votación en la capital será recompensado o castigado en abril del 2016.
El favorito, Luis Castañeda, se juega claramente la vida (política) en esta elección. El altísimo nivel de aprobación con el que concluyó su gestión y la elevada intención de voto de la que hoy goza le auguran un triunfo. Sin embargo, no es lo mismo ganar con más del 50% que con menos del 40%. Si ocurre lo primero, podría volver a sentir que su destino es Palacio de Gobierno. Esa sería su agenda oculta. Si acontece lo segundo, esa posibilidad quedaría descartada. Por supuesto que una improbable pero no imposible derrota implicaría su retiro de la vida política nacional.
La alcaldesa Susana Villarán sabe que sus posibilidades de triunfo son muy reducidas. A la inversa de Castañeda, la masiva desaprobación a su gestión constituye un muro muy elevado de franquear. Sin embargo, no es lo mismo quedar en segundo lugar con más del 20% de los votos que terminar tercera o cuarta con menos del 10%. En el primer caso, se convierte en la candidata “natural” de la izquierda peruana a la Presidencia de la República, en la aspirante a heredar al desilusionado votante de Humala que hoy carece de mejores opciones. En el segundo caso, le quedaría solo el retiro. Es otra que se juega la vida (política) en esta elección.
Los partidos políticos entran a las municipales de Lima para probar sus fuerzas, pero también para introducir o consolidar sus marcas en la capital, donde vota la tercera parte del electorado nacional. Por supuesto que todos sus candidatos quisieran ser la sorpresa del 2014, es decir, aprovechar la previsible polarización Castañeda – Villarán para colarse entre ambos, como la tercera opción. Es una idea atractiva para un sector del electorado que le atrae apostar por el cambio, que está ávido de una renovación. Los partidos pondrán militancia y recursos tras ese objetivo, que sería visto como la antesala del triunfo en el 2016.
A su vez, los candidatos en sí, tanto los de partidos como los relativamente independientes, saben que derrotar a Castañeda sería una hazaña que los llevaría al Olimpo de la política nacional, y harán su mejor esfuerzo para lograrlo, pero son conscientes de que sus probabilidades son reducidas. Por lo tanto, su objetivo es despuntar del pelotón. Recibir más del 10% de los votos sería para cualquiera de ellos un resultado que les aseguraría una posición destacada en una lista parlamentaria al 2016 o los potenciaría como candidatos de fuerza para las municipales del 2018.
La campaña va a ser corta pero intensa. Empezará con timidez al concluir el Mundial de Fútbol y con fuerza después de las Fiestas Patrias. Lo bueno es que pocas veces Lima ha tenido para escoger entre una gama tan amplia de profesionales con experiencia municipal. Son demasiados para un gran debate pero muchos de ellos aceptarían gustosos debates entre dos o tres, lo que les permitiría hacerse más conocidos. Los electores ganaríamos con ese intercambio de propuestas.
Algunos consejos para los candidatos: el electorado limeño está muy preocupado por la seguridad. No se resigna al rol secundario que cumplen los alcaldes en este campo. Demandará propuestas creíbles. El segundo gran tema es el transporte. La ciudadanía reclama orden y obras viales. Nuevamente, cuanto más concreto y verosímil sea el mensaje, mejor. Por último, hay una demanda por liderazgo con empatía. Se busca líderes que transmitan autoridad y solvencia profesional pero también sensibilidad social y comprensión por los problemas cotidianos de los ciudadanos. Por el bien de la capital, esperemos que los debates sean enriquecedores y que triunfe el mejor.