Inmerso en la fascinante relectura de “Breve historia de la mentira”, de la filósofa italiana Maria Bettetini, hago un intrigante viaje literario por la enigmática danza entre la verdad y la falsedad a lo largo de la historia. No celebro la mentira, sino que este recorrido me lleva a reflexionar sobre su impacto en la sociedad, especialmente cuando se adentra en el terreno de la política.
En este tejido de engaños y medias verdades, la mentira, a veces disfrazada como un imperativo para evadir la rigidez de la lógica, puede conducirnos inexorablemente hacia la decadencia y el caos. Maestra del camuflaje, desafía con astucia nuestra percepción.
A lo largo de los siglos, la mentira ha tejido su compleja trama, siendo sometida a juicio, ensalzada, abrazada con complicidad, vilipendiada con condenas, brindando consuelo y hasta tejiendo risueñas comedias. Se ha entrelazado con tal destreza en la trama de la sociedad que, a menudo, se funde con la propia realidad.
Dentro de las páginas de este libro escrito hace más de dos décadas y, sin embargo, de gran actualidad, se puede explorar un íntimo encuentro con la mentira, esa compañera inquebrantable presente en todos los rincones. Aquí hallamos definiciones clásicas, autorizadas y nunca debidamente rebatidas. Pero también exploramos las perspectivas de quienes argumentan que la mentira es una ilusión.
La historia peruana, marcada por episodios en los que la mentira ha imperado con graves consecuencias, ofrece un vívido contexto.
Uno de los episodios más oscuros nos lleva a la década de 1990, cuando el entonces asesor presidencial Vladimiro Montesinos compró a gran parte de la prensa y utilizó tácticas engañosas para consolidar su poder. Aunque afirmaba que lo hacía para ayudar a Alberto Fujimori a construir un país más viable, en realidad sirvió para consolidar una serie de abusos y la corrupción sistémica. La mentira en este caso se utilizó para encubrir la erosión de la democracia.
También el escándalo de Ecoteva mostró el comportamiento del expresidente Alejandro Toledo con su involucramiento en el caso de lavado de activos relacionado con la compra millonaria de propiedades. Lo que hizo que este escándalo fuera aún más sorprendente son las múltiples versiones contradictorias que ofreció para explicar el origen del dinero.
Desde afirmar que provenía de una indemnización que su suegra recibió por ser víctima del Holocausto hasta admitir que el capital invertido en las propiedades le pertenecía, Toledo tropezó demasiadas veces con la falsedad y esta semana se sentó, finalmente, en el banquillo de los acusados, aunque para responder por otro delito que supuestamente pretendía esconder: recibir sobornos de la empresa brasileña Odebrecht. Esperamos que la verdad, al menos en este caso, salga a flote por completo.
Asimismo, está el caso notable de manipulación de la verdad atribuido a Nadine Heredia, quien fuera primera dama durante el gobierno de su esposo, Ollanta Humala. Cuando salieron a la luz las “agendas de Nadine”, en las que se registraban supuestos movimientos financieros y reuniones políticas, Heredia negó en repetidas ocasiones que fueran suyas. Afirmó que los documentos presentados por la prensa no le pertenecían. Sin embargo, después de meses de negaciones, finalmente, reconoció, a través de un escrito enviado a la fiscalía, que las agendas eran de ella.
Pero la política nacional también está repleta de más episodios donde la verdad y la mentira se entrelazan de maneras inesperadas. Uno de los más curiosos fue el caso de César Acuña, líder de Alianza para el Progreso. Por la prensa, se conoció de la existencia del libro “Política educativa: Conceptos, reflexiones y propuestas”, que llevaba como autor el nombre de César Acuña y del catedrático Otoniel Alvarado Oyarce.
Según Acuña, él y su profesor acordaron que la obra se reimprimiría con su nombre en una de las versiones, y en la otra solo aparecería el nombre de Alvarado Oyarce. Sin embargo, esta versión fue puesta en duda cuando se hizo público el testimonio de Acuña ante un juzgado por una denuncia interpuesta por la fiscalía. En ese documento, Acuña reconoció que no era autor ni coautor del libro en cuestión.
Estos episodios, que abarcan desde la manipulación de la prensa por Montesinos, el Caso Ecoteva de Toledo hasta las negaciones y cambios de postura de Nadine Heredia y las acusaciones contra Acuña, colocan los reflectores sobre la compleja relación entre la verdad y la política.
Hoy tenemos, además, a congresistas enfrascados en una vorágine de acusaciones que abarcan reducción de salarios de sus empleados, presunta implicación en redes criminales y tráfico de influencias, que ilustran su marcado divorcio con la verdad y la integridad. En un extraño ballet de negaciones, ellos han optado por desconocer de manera constante las pruebas que respaldan las acusaciones, incluyendo los recientes sucesos que involucran a la parlamentaria Rosselli Amuruz.
La historia nos recuerda que la búsqueda de la verdad es un camino difícil, pero necesario para construir una sociedad más justa y una democracia más sólida. Este proceso es vital para que el país tenga la oportunidad de renacer de las cenizas de la mentira y de embarcarse en una nueva era de confianza y verdad, que debería convertirse en el faro que guíe a nuestros líderes.