Recientemente, mucha de la atención mediática en América Latina se ha enfocado en la crisis política y la catástrofe económica en Venezuela –y con justa razón–. Es un país donde un partido gobernante que alguna vez ganó las elecciones de manera limpia le ha quitado al Parlamento su poder como respuesta a las victorias de la oposición, ha llenado las cortes con simpatizantes políticos y ha eliminado casi toda la prensa independiente. Los grupos de oposición ejercen presión sobre el gobierno solo en las calles. La violencia política ha cobrado cientos de vidas. Una economía profundamente dependiente de las vacilantes exportaciones de petróleo, distorsionada por jugadas políticas malintencionadas a lo largo de los años, ha producido escasez de los productos de consumo más básicos, incluyendo agua y comida. Miles de refugiados han huido hacia países vecinos. No sorprenden los reportes respecto a un intento fallido de golpe de Estado en mayo que involucraba a oficiales de las cuatro ramas del ejército venezolano.
Y, sin embargo, aunque los retos que enfrentan otros países importantes de la región no son tan severos como en Venezuela, queda claro que los problemas crecientes y la rabia pública se han convertido en rasgos comunes en América Latina.
En Argentina, Mauricio Macri fue elegido presidente en el 2015 bajo la promesa de implementar una amplia reforma económica para reabrir el país a la inversión extranjera y reactivar el crecimiento luego de años de altos niveles de inflación y aislamiento financiero. Al inicio, Macri intentó hacer ajustes graduales a la economía argentina, pero persistía una subyacente falta de confianza de parte de los inversionistas. Este año, una corrida en el peso iniciada en abril –después de un alza en las tasas de interés de los bonos del Tesoro estadounidense– provocó una venta masiva de activos en mercados emergentes, forzando a Macri a girar hacia el Fondo Monetario Internacional (FMI) en busca de ayuda. La inflación se ha incrementado. El FMI le dará a Macri un poco de soporte político para que persiga reformas económicas que impondrán más dolor en la ciudadanía, pero es probable que pague un precio por ello, porque los votantes lo eligieron para liberar a la Argentina de las demandas de los persistentes acreedores. Va a enfrentar más protestas y una oposición envalentonada. Las elecciones del próximo año prometen ser extraordinariamente contenciosas.
Los problemas crecientes de México han ahora culminado en una elección trascendental y una victoria abrumadora para Andrés Manuel López Obrador, el primer presidente “de izquierda” elegido desde 1930. Esta explosión ha ido acumulándose durante años. La corrupción pública, que incluye historias que han involucrado a la familia del presidente saliente Enrique Peña Nieto, ha sido materia noticiosa reiteradamente. Los homicidios han llegado a niveles récord a lo largo del país, y ha habido violencia relacionada con pandillas incluso en regiones donde era inusual. Cárteles altamente armados han logrado el control de ciudades enteras mediante la compra y la intimidación en algunas partes del país, y los políticos los desafían bajo peligro. Alrededor de 130 políticos fueron asesinados durante la campaña electoral de este año.
Y también está el problemático vecino norteño de México. Donald Trump comenzó a antagonizar a México en su primer discurso como candidato presidencial en el 2015. Su estilo confrontacional ha, por supuesto, continuado durante la forzada renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con México y Canadá. Mientras se volvía evidente que México pronto tendría un nuevo presidente con una actitud pública más escéptica hacia el TLCAN, Trump ha dicho que las conversaciones sobre el tratado continuarán hasta el 2019. México y Canadá, confiados en que el partido de Trump y su base de apoyo quieren que el tratado se mantenga en su lugar, no están retrocediendo frente a la presión de Trump. Habrá mucha incertidumbre política durante el período de cinco meses antes de que López Obrador asuma la presidencia, y de ahí incluso más cuando comience a cambiar la política mexicana.
Finalmente, está la elección incierta que ocurrirá este octubre en Brasil, un país que ha enfrentado su peor escándalo de corrupción y su más profunda recesión económica en décadas. Las reformas que tenían como propósito arreglar la economía brasileña en el largo plazo al reducir el gasto estatal han progresado muy poco. Una reciente huelga nacional de camioneros paralizó el país y obligó al gobierno a abandonar un plan para incrementar los precios de la gasolina en respuesta a los crecientes precios del petróleo. El crimen violento ha obligado al gobierno a darle al ejército el control de grandes partes de Río de Janeiro. Los dos candidatos que lideran las encuestas son un ex presidente que actualmente está en la cárcel por corrupción (Luiz Inácio Lula da Silva) y un senador de derecha y ex capitán del ejército que ha expresado su admiración por el mando militar y por la brutalidad policíaca (Jair Bolsonaro). Una encuesta de junio encontró que el 62% de los brasileños entre los 16 y los 24 años se irían del país si pudieran.
Todos estos países han enfrentado peores crisis en el pasado, pero ninguno parece estar dirigido hacia mejores épocas.