Durante su campaña electoral, Donald Trump prometió abordar cuestiones internas como la inmigración y la inflación. Y retomó su discurso de política exterior colocando a “Estados Unidos primero”; es decir, menor colaboración internacional. Esto no le impidió hacer anuncios grandilocuentes, como que sería capaz de poner fin a la guerra de Rusia contra Ucrania a las 24 horas de asumir el cargo, llevar la paz a Medio Oriente y ejercer dominio sobre China, uno de sus mayores rivales geopolíticos.
Además, dijo que planeaba gravar todas las importaciones con el 10% y el 20%, excepto los bienes de China, que tendrían un arancel especial del 60%, para estimular la producción local. Calificó a los aranceles como “la cosa más grandiosa jamás inventada” y se ha llamado a sí mismo “el hombre de los aranceles”. Presumiblemente los logrará aplicar, considerando que contará con una mayoría parlamentaria. Sin embargo, imagino que los anuncios de aranceles tan altos buscan iniciar una negociación, puesto que una guerra comercial no le conviene a nadie.
Esta semana, todos los ojos estarán puestos sobre el todavía presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el de China, Xi Jinping, durante la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en Lima. China se ha convertido en el primer socio comercial del Perú y sus inversiones en el país se han disparado. La relación estratégica de China con el Perú se verá reflejada en la inauguración del megapuerto de Chancay este jueves, operado en su totalidad por la estatal china Cosco Shipping y que unirá de forma directa Asia con Sudamérica. Siendo el APEC un foro que busca reducir barreras comerciales, la propuesta de Trump de elevarlas sin duda será un tema en agenda.
En agenda también estará lo que se acuerde en la COP 29 que se celebra desde ayer en Azerbaiyán. Este año, el encuentro está enfocado en cómo financiar la transición energética para, por fin, conseguir mitigar el cambio climático.
Sabemos que Trump no es ningún entusiasta del multilateralismo. De hecho, durante su primer mandato retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París –donde más de 190 países colaboran para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y mitigar el cambio climático– y en plena pandemia lo sacó de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Un año antes ya había eliminado los aportes económicos de su país a Unicef, Acnur, el PNUD, Unfpa y Pnuma de la ONU. En este segundo mandato es de esperar que acciones como esas se repitan. Incluso Trump ha declarado que no descarta no respetar la alianza colectiva con la OTAN.
El líder republicano se acerca a los problemas globales y geopolíticos como si fueran una negociación empresarial; él quiere poner las condiciones como si fuese el CEO de una empresa llamada Estados Unidos. En la región, entre los problemas más apremiantes, vemos el retroceso democrático, las migraciones masivas y el surgimiento de alianzas entre el crimen organizado y el Estado, que impactan directamente en la inseguridad ciudadana. Estas tres variables se están convirtiendo en un problema crónico y generalizado. Es una gran incógnita cómo cooperará Estados Unidos con sus vecinos para abordar este complejo escenario. Para ello será clave ver quién asume el Departamento de Estado, que maneja las relaciones internacionales de Estados Unidos.
Un ejemplo exitoso de multilateralismo es Gavi, un consorcio internacional compuesto por entidades públicas y privadas que facilita el acceso a vacunas de enfermedades infecciosas en los países menos desarrollados. Desde el 2000 ha conseguido que prácticamente la mitad de la población infantil del planeta esté protegida por rutinas de vacunación. Según sus estudios, su labor ha evitado la muerte de más de 18,8 millones de personas.
La escala y complejidad de los problemas globales hace más necesaria que nunca la cooperación internacional para arribar a salidas consensuadas, siempre difíciles, aunque más sostenibles. Ojalá Trump lo entienda así esta vez.