La tensión internacional entre los EE.UU., la OTAN, Ucrania y Rusia ha llegado al paroxismo mediático, dando la impresión de que en las próximas horas más de 170.000 soldados rusos, acompañados de innumerables divisiones blindadas y precedidas por miles de agresivos Spetsnaz −las míticas fuerzas especiales rusas−, avanzarían sobre Ucrania desde el oeste de Rusia y el sureste de Bielorrusia.
La situación actual es consecuencia de la expansión de la OTAN después de la caída de la Unión Soviética (URSS) al llamado “espacio postsoviético”, especialmente a los países que formaron parte de la URSS, como las repúblicas bálticas, cosa que Rusia percibe como una gran amenaza que se dirige hacia sus fronteras. Moscú percibe esto como un proceso de envolvimiento y contención contra Rusia, por parte de una alianza militar cuya razón de ser, alega el Kremlin, desapareció con la caída del comunismo soviético.
Rusia sostiene, desde hace veinte años, que el entonces presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, recibió seguridades del presidente estadounidense George H. W. Bush, en la cumbre de Malta de diciembre del año 1989, de que su país no aprovecharía las revoluciones democráticas de Europa central para perjudicar a la URSS. En igual sentido, el 31 de enero del año 1990, el ministro de Relaciones Exteriores de la República Federal Alemana, Hans-Dietrich Gensher, afirmo que la reunificación alemana no amenazaría los intereses de seguridad soviéticos, lo que llevaría al secretario de Estado de los EE.UU., James Baker, a afirmar, el 9 de febrero del año 1990: “ni una pulgada hacia el este”.
Disuelta la URSS el 25 de diciembre del año 1991, Occidente tuvo una súbita amnesia frente a los reiterados reclamos de Moscú −respecto a lo que este consideraba compromisos occidentales vitales para Rusia−, expandiéndose enérgicamente hacia el este. El 2022, Rusia ha necesitado amasar más de 170.000 soldados y varias divisiones blindadas desplegadas en las fronteras de Rusia y Bielorrusia con Ucrania, para finalmente conseguir la atención occidental e iniciar negociaciones para tratar lo que el Kremlin percibe como el peligro existencial máximo para su seguridad: la posible incorporación de Ucrania a la OTAN.
La crisis se inició el 30 de marzo del 2012, cuando el Gobierno Ucraniano negoció con la Unión Europea un conjunto de acuerdos políticos y económicos de asociación que levantaron temores en Moscú respecto a una futura adhesión de Ucrania a la OTAN. El 21 de noviembre del 2013, el entonces presidente de Ucrania Víctor Yanukovich, se rehusó a firmar estos acuerdos, dividiendo a los ucranianos. En Ucrania, dos tercios de la población es ucraniana y un tercio rusa, situada, esta última, mayoritariamente en Crimea y el Donbás, al este del país.
Así empezaron las gigantescas manifestaciones de la plaza Maidan. Yanukovich planteó conversaciones tripartitas entre la UE, Rusia y Ucrania, lo que empeoró las protestas. Los Estados Unidos intervinieron y el secretario de estado John Kerry declaró que: “el gobierno ucraniano debe escuchar a su pueblo”, enviando a la embajadora Victoria Nuland para apoyar a los sectores antirrusos. Para el 22 de febrero del 2014, Yanukovich había sido derrocado, siendo rescatado por los rusos.
La población de origen ruso se sublevó en la península de Crimea y en Lugansk y Donetsk, en la frontera este de Ucrania. Crimea declaró su independencia el 11 de marzo del 2014, en medio del caos de la crisis ucraniana. El 16 de marzo Crimea se adhirió a Rusia mediante un referéndum. Sobre un total de un millón doscientos mil electores, el 97% votó por la adhesión a Rusia. Objetada la independencia de Crimea por Europa y los EE.UU., Rusia respondió que Kosovo declaró su independencia unilateralmente, apoyado por los EE. UU., la UE y la OTAN, y que esa independencia unilateral fue, según la opinión de la Corte Internacional de La Haya del 22 de julio de 2010, plenamente válida.
La crisis actual obedece al deseo ruso de neutralizar militarmente a Ucrania y “finlandizarla”, para que no forme parte de la OTAN y no sea una amenaza en sus fronteras. Como Crimea no es reconocida como rusa por Ucrania, los EE. UU. y Europa, ¿Qué sucedería si Ucrania, devenida hipotéticamente miembro de la OTAN, buscara recuperar Crimea militarmente? La misma pregunta debe hacerse respecto a las repúblicas étnicamente rusas de Donetsk y Lugansk, en el Donbás, débilmente protegidas por los acuerdos de Minsk I y II. Para evitar la escalada de un conflicto que sería fatal para Europa, las negociaciones deberían orientarse a conseguir una Ucrania en la Unión Europea, pero no en la OTAN.
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