Tomates modificados genéticamente se convierten en monstruos que atacan a la población. Un grupo de élite es encargado de combatir a los pequeños tomates, con dientes parecidos a los de un tiburón que va atrapando y matando a sus víctimas inocentes.
“Attack of the killer tomatoes” (“El ataque de los tomates asesinos”) es una película calificada como una de las peores del cine norteamericano pero que se convirtió con los años en película de culto. Dirigida por John Bello, fue estrenada en 1978 y tuvo un presupuesto de solo 90.000 dólares.
La película explota temores comunes de los seres humanos: el miedo a la tecnología (que no es sino el temor a lo nuevo) así como el temor al holocausto, a la extinción y al fin del mundo.
Infinidad de películas han explotado estos temores: “Gotzilla”, “Piraña”, “El planeta de los simios”, “La mosca”, “Frankenstein”, “X-Men”, “Las tortugas Ninja”, “Hulk”, y la lista continúa.
Ese temor no es solo explotado por el cine. Muchos lo usan oportunistamente para promover o defender ciertas políticas públicas. Por ejemplo Bernardo Roca Rey publicó hace un par de días un artículo (“La moratoria a transgénicos debe mantenerse”) cuya estructura narrativa se asemeja a “El ataque de los tomates asesinos”.
Paso 1: se está desarrollando una nueva tecnología. Paso 2: esa tecnología tendrá efectos perversos. Paso 3: la tecnología se saldrá de control y entonces destruirá el mundo como lo conocemos.
El argumento se repite una y otra vez. Los celulares, la Internet, las computadoras, las investigaciones médicas, la fecundación in vitro, la investigación genética, el desarrollo industrial, los automóviles, los aviones, (y la lista también continúa) han sido (y son) objeto de estos temores.
Asociaríamos el cambio con el riesgo. Pedimos regulaciones y leyes que limiten el desarrollo tecnológico. Sustentamos la resistencia al cambio de consecuencias marginales y distraemos la atención de lo importante. Los automóviles y aviones causan muertes, pero ello no es suficiente argumento para prohibirlos sino para mejorarlos. Y es que los beneficios de liberar el desarrollo tecnológico son tan grandes que recurren a eventos que generen lo que Breyer llama “regulación anecdótica”, es decir regular para la anécdota y no para lo común y corriente.
Las corrientes antitecnológicas suelen estar ligadas a la fusión de dos tendencias antagónicas en apariencia pero complementarias en la práctica: el mercantilismo (el uso de la política para el logro de intereses empresariales particulares) y el populismo (la explotación política de la visión de corto plazo de la población por encima de la del largo plazo). Pero los transgénicos traerán más y mejores alimentos a menor costo. Los perseguimos más por temor que por uso de la razón.
Lo cierto es que la historia desmiente a los mercapopulistas. En los últimos 200 años la humanidad ha creado, de lejos, más riqueza y bienestar que en los anteriores 99.800 años. Los números lo demuestran. El ser humano moderno, apareció hace solo unos 100.000 años. Durante 99.800 años permanecimos en un nivel de subsistencia con un crecimiento económico casi inexistente. La productividad se mantuvo virtualmente constante. Las personas tuvieron un ingreso per cápita equivalente al que hoy ganáramos, eliminado el efecto inflacionario, entre 400 y 600 dólares al año.
El salto exponencial se produjo a inicios del siglo XIX cuando la tecnología se desarrolló en una espiral que continúa hasta hoy. El ingreso per cápita se ha llegado a multiplicar por 6 veces y en países desarrollados por más de 100 veces, el consumo de alimentos per cápita se duplicó y el de productos manufacturados se multiplicó por 100, la expectativa de vida se ha casi cuadruplicado y la mortalidad infantil se redujo a menos de la décima parte. Y en todo este tiempo Gotzilla y sus compinches mutantes no se han aparecido para destruirnos.