Podríamos, sin duda, afirmar que en el azaroso devenir de la economía peruana del último medio siglo, los diez años transcurridos desde el 2004 hasta el final del 2013 fueron “los años maravillosos”.
El tamaño económico del Perú creció en más de 85% (6,4% por año); la inflación se mantuvo por debajo del 3% a pesar de un salto de 6,7% en el 2008; las exportaciones de la década superaron al total de las importaciones en casi US$60.000 millones; más que cuadruplicamos las exportaciones no primarias; el fisco tuvo en promedio un superávit del 1% del PBI; la deuda pública cayó a menos de la mitad como proporción del PBI (de 44% a 20%); y, lo más importante, el porcentaje de peruanos pobres cayó del 60% al 24%.
Lo descrito representó un enorme impulso que transformó nuestra economía y coincide de manera sorprendente con la lista de condiciones necesarias para que un país salga de un estado de subdesarrollo e ingrese a la senda que lo convierta en plenamente desarrollado.
El gran pionero de la teoría del desarrollo económico, Paul Rosenstein-Rodan (1902-1985), educado en Viena y profesor en el MIT, describió estas condiciones en su teoría del ‘big push’ (el gran empujón).
Otros economistas como Walt Rostow describirían más tarde similares necesarias condiciones para que se produjera lo que Rostow llamó “despegue económico”. De haber estado con vida en el 2013, Rosenstein-Rodan hubiera opinado que el Perú estaba rumbo a convertirse en país desarrollado.
Contrariamente a lo que muchos esperábamos, el Perú ha desperdiciado el ‘big push’ que recibió de los masivos niveles de inversión, que fueron posibles gracias a las reformas de la década de 1990 que cambiaron el régimen económico, al tremendo impulso recibido por el aumento en el volumen y valor de sus exportaciones y al crecimiento de su clase media.
El “despegue” que alcanzó el Perú del 2004 al 2013 corre hoy el peligro de terminar en un largo período de crecimiento mediocre insuficiente para superar definitivamente la pobreza y pasar a una etapa de desarrollo más justo y promisorio.
Particularmente encuentro lamentable el frecuente argumento según el cual se quiere explicar la desaceleración citando la caída de los precios de los minerales o señalando que toda América Latina experimenta el mismo fenómeno de desaceleración. Evidentemente los menores precios de exportación afectan la economía negativamente, pero las causas reales del presente estado de cosas son simplemente dos: complacencia y falta de liderazgo.
Desde el 2013 hemos perdido dos de los principales motores de desarrollo: el aumento en la inversión y el crecimiento de las exportaciones. La inversión total en el decenio que terminó en el 2013 creció al vertiginoso ritmo anual de 14% y representó ese año el 29% del PBI –el más alto en todo el continente–.
Lastimosamente, en los dos últimos años ha caído en -5% y -7%, respectivamente. Es cierto que exportaciones mineras aumentarán en volumen en este y el próximo año gracias a la entrada en plena producción de grandes proyectos que se iniciaron años atrás, pero se estancarán nuevamente debido a nuestra incapacidad para aumentar la inversión incluyendo importantes nuevos megaproyectos.
Nos queda el gran motor del consumo privado que representa más del 60% del PBI y que ha crecido 6% por año hasta el 2013 (para luego desacelerarse en el 2014 y el 2015 a 4,1% y 3,5%, respectivamente).
El índice de confianza del consumidor que construye Apoyo Consultoría, que usa el valor de 50 como la frontera entre el optimismo y el pesimismo del consumidor, y que ha mostrado un valor consistentemente optimista desde hace cinco años (promedio=53), ha caído a 49 en enero pasado. Dado el enorme peso del consumo privado en el PBI, es fácil prever el daño a la economía si ese 3,5% de crecimiento del año pasado cayera en uno o dos puntos.
Conocí de cerca a Rosenstein-Rodan en sus últimos años de vida, cuando generosamente me acogió en su instituto de Boston y no me es difícil imaginar lo que el viejo sabio aconsejaría hoy a los peruanos: dejen de compararse con el resto de América Latina, retomen las reformas, reanimen la inversión, lancen un gran programa de infraestructura, destruyan de raíz la maraña de trámites y elijan en la presidencia de su país a quien les pueda ofrecer un esforzado liderazgo.