Richard Webb

Desde hace un año, el mundo cuenta con más de un teléfono por habitante. En cuanto a capacidad comunicativa, estaríamos finalmente alcanzando a las hormigas, cuya evolución y superioridad biológica en el mundo de los insectos se atribuye a una extraordinaria habilidad para el intercambio de información.

Fascinado por las largas filas de hormigas que suben y bajan las paredes de mi jardín, me sorprendió descubrir que, cada vez que una hormiga se topa con otra, interrumpe su viaje para realizar un intercambio de olfatos, su forma de ‘conversar’. Según los entomólogos, las conversaciones hormigueras se limitarían a las necesidades de supervivencia, sobre todo a la ubicación de alimentos, y la defensa de la casa y de su reina. Hoy, millones de años después, el celular universal nos da un instrumento comparable en cuanto a su potencia para la sobrevivencia de una especie. Nunca en la historia humana ha existido la posibilidad física de una directa e instantánea entre casi todas las personas de la población mundial.

La historia de este logro empieza en los inicios de la vida humana, y desde esos momentos no hemos parado de crear tecnologías que facilitan nuestra capacidad para la comunicación. Una lista de esas tecnologías incluye la creación de idiomas, la escritura, el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión, Internet y el celular. Cada uno de esos instrumentos cambió el mundo en su momento para el intercambio de ideas y emociones. La más reciente de esas creaciones ha sido el celular, primero en su versión de simple telefonía, pero casi simultáneamente convertida en una combinación de teléfono y computadora en la forma del ‘smartphone’. Se calcula que, apenas dos o tres décadas después de su creación, existen 9.000 millones de celulares en el mundo, superando a la población mundial, que alcanza los 8.000 millones.

Una medida del impacto de esa explosión comunicativa se encuentra en la familiaridad que ha adquirido la palabra ‘comunicación’, término de uso limitado y formal hace medio siglo. Recuerdo mi sorpresa al descubrir, a principios de los 70, que una universidad relativamente nueva, la Universidad de Lima, incluía una Facultad de Comunicación. En esos años, el término ‘comunicación’ en un contexto universitario se refería casi exclusivamente al periodismo, y supuse que la universidad simplemente buscaba formas de hacer más atractivo el programa tradicional de periodismo.

¡Gran error! Hoy, la Facultad de Comunicación es de las más importantes de esa casa de estudios y existe en muchas otras universidades. La comunicación se ha vuelto una ciencia sofisticada, apoyada por los descubrimientos más modernos de la psicología y de la tecnología digital más moderna. Retroactivamente, me disculpo ante la Universidad de Lima.

Más aun, el tema de la comunicación nos lleva al centro de importantes debates de la política actual, resultado del nuevo poderío de sus instrumentos. En un plazo muy breve el celular se ha vuelto más potente en el juego político. Además de ampliar, abaratar y facilitar enormemente la conversación social, la tecnología ha creado un instrumento de enorme poder para los fines de varios grupos de interés, en particular los políticos y económicos. Casi de un día para el otro, el costo de transmitir ideas y argumentos ha sido reducido enormemente y, a la vez, se ha multiplicado la posibilidad para la venta escondida de noticias, lamentablemente no siempre ciertas y confiables.

En el centro de esa explosión, que ciertamente tiene mucho de bueno y a la vez mucho que preocupa, la estrella es el teléfono celular.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Richard Webb es Economista