Oswaldo Molina

Las duras cifras de crecimiento e reportadas en el país en el primer trimestre del año (una contracción de 0,4% del PBI y una caída de 12% de la inversión) deberían encender las alarmas y atraer la atención de todos. Con esas cifras, será difícil poder generar el empleo de calidad que los peruanos necesitan y reducir la creciente que muchos compatriotas padecen. En medio de esa discusión, el presidente del Banco Central de Reserva, Julio Velarde, afirmó hace unas semanas que –aunque parezca increíble– el Perú, en términos de crecimiento económico, no está tan mal si lo comparamos con los demás países de América Latina, pero que era nuestra región la que estaba perdiendo relevancia en el mundo. Y es que América Latina, abrazada a ideas fallidas del pasado, viene quedando rezagada.

Para entender esto, basta con ver algunas cifras: si nos remontamos a la década de 1980, la producción de América Latina y el Caribe representaba casi el 12% de la producción en el ámbito mundial; mientras que, por ejemplo, los países del este asiático (que agrupa a naciones como Mongolia, Corea del Sur, China y Taiwán), alrededor del 11,6%. En ese momento, como podemos apreciar, ambas regiones no parecían diferir tanto. Hoy, en cambio, nuestra región representa el 7,2% del PBI global, mientras que estos países asiáticos generan más de la cuarta parte de la producción mundial (FMI, 2023).

Y esto, ¿por qué es importante? Porque no subirnos al tren del ha tenido consecuencias sobre el bienestar de los peruanos. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Corea del Sur. Hacia 1980, el PBI per cápita de Corea del Sur representaba el 90% del PBI per cápita peruano.

Es decir, nosotros estábamos en una mejor situación relativa y cualquiera en aquellos años podría considerar que nuestras perspectivas económicas podrían ser mejores que las de nuestros pares asiáticos. Casi 40 años después, a cifras del 2018, el PBI per cápita surcoreano ya era tres veces más grande que el PBI per cápita peruano (“Our World in Data”, 2023). Y, más allá de cualquier discusión, eso solo puede implicar que los coreanos en promedio gozan de un mayor bienestar que nosotros. Alcanzarlos –algo a lo que deberíamos aspirar– representa un esfuerzo titánico: necesitamos que nuestro PBI crezca a tasas de 5% anual en promedio durante los próximos 30 años para tener el PBI per cápita actual de Corea del Sur. Este año se proyecta que creceremos solo 2,2%.

Retomar el crecimiento es entonces imperativo. El aumento de la pobreza nos debe increpar como nación y obligar con incluso mayor urgencia a promover más inversión, generar más empleos y mejorar la calidad de la inversión pública. No en vano, de acuerdo con el Banco Mundial, casi el 85% de la reducción de pobreza que experimentamos entre el 2004 y el 2019 se explica por el crecimiento económico.

Y si bien hemos perdido muchos trenes en el pasado, cada día en la estación pasan nuevos vagones que nos pueden conducir hacia el desarrollo. Solo debemos tomar la firme decisión de subirnos de una buena vez a ese tren.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Oswaldo Molina es director ejecutivo de la Red de Estudios para el Desarrollo (Redes)