"El ascenso acelerado y masivo de las corporaciones chinas produce una fricción global que es inevitable e inseparable de la geopolítica". (Ilustración: Rolando Pinillos)
"El ascenso acelerado y masivo de las corporaciones chinas produce una fricción global que es inevitable e inseparable de la geopolítica". (Ilustración: Rolando Pinillos)
Marco Kamiya

La estatua de Deng Xiaoping, el artífice de las reformas económicas de la China moderna, se erige sobre la colina más alta de la ciudad de Shenzhen, en el parque Lianhuashan. Desde allí, se aprecian los desafiantes edificios de esta urbe del desarrollo tecnológico. Shenzhen, Guangdong, Hong Kong y Macao forman parte del Área de la Gran Bahía (AGB) en el delta del río Perla, una megápolis de 70 millones de habitantes que fabrica el 90% de los artefactos electrónicos que se consumen en todo el mundo, y que exporta el 25% del total de bienes del país.

Pero a fines de los años 70, Shenzhen era una ciudad de pescadores de tan solo 30.000 habitantes. Deng Xiaoping, entonces máximo líder del Partido Comunista Chino, creó la Zona Económica Especial (ZEE) de Shenzhen como un experimento para desalentar la emigración de la población hacia Hong Kong, en donde los sueldos y empleos eran más abundantes. Así, entre los 80 y 90, Shenzhen creció en promedio un 22% anual (así es, ¡veintidós por ciento!) y en algunos años llegó al 50%, avanzando y desarrollando al mismo tiempo una planificación urbana superior, sin barrios marginales ni informalidad, y cuidando el medio ambiente. Hoy, el total de la flota de transporte público de la ciudad está compuesta por autobuses eléctricos y las empresas más contaminantes han sido desplazadas.

La ciudad tiene una renta per cápita equivalente a US$29.000, cuenta con más de 10 millones de habitantes y es sede de empresas líderes globales, tales como Huawei (electrónicos), Tencent (Internet y aplicación de mensajería WeChat), BYD (fabricante de vehículos eléctricos más grande que Tesla), grupo BGI (el mayor centro de investigación de genoma en el mundo), SenseTime (inteligencia artificial), DJI (el líder global en drones) y muchas otras. Pero, además, Shenzhen cuenta con capital de riesgo, incubadoras y aceleradoras como Brinc.io, Highway 1 y HAX que financian iniciativas de emprendimiento en las áreas de hardware.

Se dice que Shenzhen es el Silicon Valley de China, pero esto no es preciso. Hay varias diferencias entre ambos lugares. Lo primero es que Shenzhen fabrica software, pero se concentra también en hardware y produce bienes para todos los segmentos de ingresos. En el enorme distrito electrónico de Huaqiangbei, por ejemplo, centenares de fábricas tienen sus puestos en los que ofrecen todos los productos imaginables. Lo segundo es que Shenzhen (innovación), se conecta con Guangdong (manufactura) y con Hong Kong (financiamiento), en lo que se considera el mayor conglomerado de manufactura del mundo. Y lo tercero es que Shenzhen está desarrollando el sector de inteligencia artificial (IA) a gran velocidad, pues con esta tecnología va a determinar las industrias del futuro.

La ventaja económica de China, hoy, ya no es más el bajo costo de la mano de obra. Los salarios están aumentando y el país está transfiriendo fábricas de plásticos, neumáticos, textiles y calzado a lugares como Etiopía, Jordania, México, Vietnam o Myanmar. La superioridad del Área de la Gran Bahía, en cambio, se debe a la flexibilidad en la integración de procesos de producción, a la rapidez para capacitar trabajadores en nuevas tareas, y al ejército de ingenieros que producen prototipos. Todo esto, además, integrado para poder producir a gran escala y exportar la producción en tiempo récord.

El ascenso acelerado y masivo de las corporaciones chinas produce una fricción global que es inevitable e inseparable de la geopolítica. La telefonía móvil 5G, la inteligencia artificial, la robótica o las supercomputadoras tendrán un líder tecnológico y un seguidor. Imaginen lo que sería si China logra consolidarse en el mercado de las supercomputadoras produciendo el modelo más veloz del mundo (una empresa china había tomado la ventaja en este campo en el 2016, pero los estadounidenses volvieron a recuperar la delantera en el 2018). Si los bancos de inversión de Wall Street requieren del procesamiento más veloz para operar en los mercados de capitales, no tendrían la opción de adquirir la segunda mejor, porque perderían competitividad. El ejemplo es válido para todas las demás tecnologías de punta: ser el segundo mejor no es una ventaja porque las tecnologías y las industrias están interrelacionadas en el mundo global.

¿Dónde queda América Latina ante este escenario? La pregunta no debe provocar una respuesta desalentadora. En este mundo del Internet de las cosas, las impresoras 3D, la inteligencia artificial, la realidad virtual y la robótica podríamos imaginarnos qué nos diría Joseph Schumpeter, el economista austríaco que acuñó el término “destrucción creativa” para definir el proceso de renovación incesante que permite crear algo nuevo. Es posible que Schumpeter, con su concepto de progreso permanente, la creatividad de las corporaciones de hoy y el esfuerzo de los emprendedores, nos recomendaría lo siguiente: diseñar, innovar, crear y crecer hasta lograr que la innovación se convierta en un círculo virtuoso evolutivo en los países, las ciudades y su gente.

*Los comentarios del autor no comprometen a la institución a la que pertenece.