Se ha asentado en la política global la tendencia a elegir ‘outsiders’: personajes cuya –supuesta– candorosa inexperiencia los vuelve ideales para gobernar. Ante el márketing del mérito y la preparación –o la fabricación– del currículum más impresionante, se van imponiendo los candidatos que basan su campaña en la normalidad.¿Hay alguien más refrescante en una campaña electoral que un tipo común y corriente que no sabe nada del gobierno? (El gobierno: esa ciénaga en donde es imposible sobrevivir sin enlodarse). Sí que hay: una tipa común y corriente. O mejor aún: decenas de ellas.
Días antes de las elecciones de medio término en Estados Unidos las apuestas corrían a lo largo de una línea partidaria: ¿iban a arrebatarle los demócratas la mayoría en el Congreso a los republicanos? ¿Podría Donald Trump seguir gozando de un Legislativo favorable en lo que queda de su período presidencial? El mismo día de los comicios, el podcast The Daily desmenuzaba los asuntos que serían decisivos para los votantes: inmigración, control de armas, cobertura de preexistencias en los seguros de salud. En Latinoamérica, los analistas llamaban la atención sobre la manipulación de la caravana migrante de cara a las elecciones. En la frontera texana, Beto O’Rourke lucía como un promisorio Llanero Solitario frente a la desoladora retórica de Ted Cruz. La noche del martes pasado muchas de las esperanzas de quienes predijeron que los demócratas recuperarían el Congreso se vinieron abajo. Los electores decepcionados por el resultado de la elección presidencial del 2016 no sumaron suficientes votos para ponerle freno a la desconcertante política de Trump.
De rojo o de azul, demócratas o republicanas, en Estados Unidos las verdaderas ganadoras de la semana fueron las ‘outsiders’ de la campaña: esas mujeres que, animadas por la victoria del ‘outsider-in-chief’ en el 2016, se preguntaron si no sería buena idea postular. Ya en otra ocasión hemos hablado de las diferentes barreras que impiden que las mujeres lleguen al poder. En la raíz se encuentra a menudo la falta de candidatas.
En los últimos dos años, el trabajo para cerrar esa brecha en Estados Unidos se ha intensificado. Por ejemplo, desde la Universidad de Rutgers con Ready to Run, una red de capacitación no partidaria que ofrece cursos para que más mujeres sepan cómo postular y gobernar. Run for Something es una plataforma demócrata que financia, organiza y capacita a jóvenes que pertenecen a grupos infrarrepresentados en el gobierno para que empiecen a involucrarse en política. También está Higher Heights, un grupo que invierte, organiza y moviliza recursos alrededor de mujeres afroamericanas que tienen aspiraciones políticas. O la ambiciosa organización She Should Run, que agrupa a mujeres de todos los partidos con la meta de que para el 2030 al menos la mitad de los 500.000 puestos de elección popular en Estados Unidos sean ocupados por mujeres.
Con frecuencia, estos proyectos no son partidarios y ayudan a ampliar las capacidades y ambiciones de las mujeres. Esta semana empezamos a palpar los resultados: en la Cámara de Representantes 100 mujeres ocuparán un escaño, a comparación de las 84 en la legislatura pasada. Una docena de señoras irá al Senado. En el conservador estado de Texas, 19 mujeres negras fueron elegidas como jueces. Maine y Dakota del Sur tendrán gobernadoras por primera vez, al igual que Nuevo México, que además eligió a la primera latina en gobernar un estado de la Unión.
Mientras terminamos de contar las pérdidas y ganancias de un partido y otro y los avances y retrocesos en diferentes asuntos de la agenda política de Estados Unidos, las mujeres –en ambos lados de la brecha partidaria– cosechan una victoria hacia la igualdad. Su desempeño individual será motivo –ya lo sabemos– de un escrutinio exhaustivo. La siguiente batalla será por la igualdad de género también en esa exigencia.