Hace solo tres semanas juraba el segundo gobierno de esta transición. Los 105 vacadores se habían rendido y tuvieron que poner de presidente a quien pertenecía a la pequeñísima minoría que se había opuesto a esa decisión; también al populismo irresponsable y a la impunidad para los peores congresistas.
No ha trascurrido un mes y el Congreso actúa de nuevo como en sus peores tiempos. Incluso hay ya poco disimuladas tentativas de tumbarse a la mesa directiva y con ello al gobierno de Sagasti.
Ensayo una interpretación de lo ocurrido.
No me queda duda de la honestidad y profesionalismo de los miembros del Gobierno. Me ratifico, sin embargo, que falta manejo político, algo que no puede ser reemplazado solamente con discursos, ni mucho menos con el imperio del miedo.
A mi juicio, cometieron un error fundacional al creer que la confianza a su gabinete se la deberían al Congreso. En lugar de ir por ella de inmediato, perdieron dos semanas críticas en cortejar a los 105. No comprendieron que mientras estuvieran aterrados por lo que habían visto en las calles, les darían la confianza pese a la distancia sideral que los separa.
Baste decir que en los días previos a la confianza y con 87 votos aprobaron la irresponsable ley de retiro de fondos de la ONP, que ya el presidente había descrito como inconstitucional y explicado que causaría una hecatombe fiscal. Si fuese por lo sustantivo, a saber, un gobierno que se opone frontalmente al Congreso en una medida de ese impacto y este lo ignora aprobándola sin más, no había forma que les dieran la confianza. Son el agua y el aceite. Solo se la iban a dar por miedo a las consecuencias.
El Gobierno no se dio cuenta. Así, cuando UPP y Podemos Perú los amenazaron con negársela, exigiendo la cabeza del ministro Vargas, se la dieron. Es verdad que había críticas a la legalidad del pase al retiro de lo generales, pero a la vez solo dos días antes Sagasti había apoyado a su ministro en cadena nacional y el Ministerio de Justicia sostenía públicamente que la decisión era constitucional y legal. Siendo así, sacar a Vargas iba de carambola contra el presidente; quien, además, no se dio cuenta que, para muchos de esos críticos, el objetivo final era él.
El Congreso no podía negarles la confianza porque Vargas siguiese en el gabinete. Peor aún, cuando la ofensiva estaba encabezada por las dos bancadas más desprestigiadas por las investigaciones por corrupción que las rondan y/o por haber llegado al Parlamento con los votos de quien asesinó a cuatro policías. Es verdad que con Vargas no hubieran sacado 111 votos, pero quizás mejor así. No me queda claro que, dada la naturaleza del actual Parlamento, tener a tantos de su lado sea un mérito a exhibir. Quizás mejor, solo el mínimo suficiente; cifra que los 105 habrían sabido calcular para evitarse una nueva tormenta.
Es más, ya habían pedido una interpelación para fecha posterior, en la que el ministro podía dar la pelea y fuere cual fuese el resultado, el Gobierno no iba pagar el costo político.
De paso, ante el riesgo de un desenlace desfavorable, habrían tenido tiempo para pensar a quien poner. Con cuatro horas entre renuncia y juramentación es obvio que el designado no pasó por ningún control de idoneidad, lo que les habría evitado el papelón de tener a un ministro que desautoriza públicamente al presidente. Siendo tan obvio que no lo conocían, salta la pregunta de quién lo recomendó. No deja de ser interesante conocer las pequeñas historias detrás de decisiones fallidas.
No dudo de la solvencia personal del nuevo ministro José Elice. También admiro su coraje de asumir un sector que le es tan ajeno. Peor aún, a uno que pasa por su peor momento en décadas y que está a medio camino entre la olla de grillos y la cueva de Alí Baba.
Políticamente tendrá que enfrentar el fracaso del esfuerzo de separar a la policía como institución, de los crímenes que algunos de sus miembros cometieron durante las marchas y de la cadena de mando policial y política que lo permitió o instigó. Más bien, se ha construido una falsa y peligrosísima polarización entre los que dicen estar del lado de la policía (a los que se sumará con entusiasmo el renunciado) y los que supuestamente quieren destruirla desde el Gobierno.
Del otro lado está el Congreso donde un Merino ‘reloaded’ se ha indignado porque en el Lugar de la Memoria se va a inaugurar una exposición de fotos sobre las marchas de esos días. En respuesta ya hay una convocatoria circulando entre los jóvenes para manifestarse en el lugar.
Los próximos días son tan inciertos como volátiles.
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