Se la arranchan, se la jalonean, se arañan por ella. Cada cual cuida su trozo y no quiere compartirlo con nadie. A pocos meses de las elecciones municipales, la Costa Verde es un apetitoso botín. No deja de sorprender que quienes se la pelean sean los mismos que, desde hace años, la han convertido en un espacio de informalidad, olvido y, cómo no, tremendo dolor.
¿Quiénes protagonizan esta lid? Usted los conoce:
Esos municipios que bajo el pretexto de ganarle terreno al mar, convirtieron el litoral que les corresponde en un botadero público, al cual llegan decenas de camiones todos los días a descargar desmonte y, según diversos testimonios, basura de todo tipo.
Son aquellos que solo tras el accidente del pequeño Tiago recordaron que una de sus responsabilidades era cuidar a quienes transitan cerca de los acantilados. Términos como ‘geomallas’ aparecieron en su vocabulario recién en ese momento, como si las anteriores víctimas de su irresponsabilidad hubiesen sido seres insignificantes que no merecen recordarse.
También quienes permitieron –y permiten– que restaurantes y otros centros de diversión funcionen pegaditos al mar, a pesar de su flagrante atropello a la ley, y los incalculables perjuicios que provocan en el malecón, la playa y en quienes no pueden disfrutar de la naturaleza por su intromisión.
Otros que pelean por su pedacito son los mismos que parcelaron los acantilados al mejor postor, incrustando de concreto sus entrañas, sin importarles las consecuencias ante la eventualidad de un sismo, ni la destrucción de los malecones o la privatización de la vista al mar.
Y, finalmente, están quienes sufrieron la vergüenza del ‘olón’ y luego embaucaron a los vecinos de Villa El Salvador con la llamada Costa Verde Sur.
Ellos quieren manejar la Costa Verde como siempre lo han hecho: a su antojo, sin dar cuenta a nadie, velando angurrientamente por el pedacito que les corresponde.
Un espacio tan importante para Lima requiere una visión homogénea, que apunte a un objetivo común y convierta a toda la ciudad, no solo a un puñado de vecinos, en su real beneficiario.
Lima no puede seguir viviendo de espaldas al Pacífico, pero tampoco puede permitir que un alcalde llene su porción de litoral con huachafientas estatuas para enamorados, otro siembre canchas de fulbito por doquier y el siguiente haga negocio con parqueos para parejas furtivas.
La nueva autoridad que se pretende crear en el Congreso, bajo el auspicio del Concejo de Lima, es, en los hechos, la partida de nacimiento de un nuevo distrito. La Costa Verde necesita manejarse con autoridad, pero para ello no es necesario atropellar la legalidad.
¿Por qué no empoderar a la actual Autoridad del Proyecto Costa Verde? ¿Por qué no convertirla en un ente integrador, que fiscalice y, sin perjuicio de su liderazgo, genere consensos entre los distritos?
¿Por qué no comenzamos a mirar a la Costa Verde como un espacio para todos y dejamos de considerarla como un apetitoso botín particular?