Según ha documentado el destacado arqueólogo Walter Alva, hacia finales del siglo VI se produjeron tres décadas de cambio cíclico del clima de la costa norte del Perú, en las que se alternaron sequías intensas y devastadoras precipitaciones pluviales. Estas drásticas variaciones, que quedaron grabadas en la iconografía de la cerámica Moche, provocaron el colapso de una de las civilizaciones hidráulicas más avanzadas del mundo. Debe ser el primer mega-Niño del que tenemos referencia.
Igualmente, los trabajos antropológicos que yo realicé en el valle de Chancay-Huaral me permitieron conocer de las grandes lluvias de 1925. La crecida del río y los desbordes producto de las precipitaciones extremas provocaron la pérdida de las cosechas y la destrucción de carreteras, arruinando a hacendados tan importantes como los Graña, los Mujica Gallo y los Berckemeyer, entre otros. El fenómeno fue de tal naturaleza que provocó un cambio generalizado de la propiedad, el predominio de los yanaconas y el reemplazo de los propietarios tradicionales por arrendatarios japoneses y chinos. Toda una revolución social para la época provocada por el clima.
También me tocó ser testigo personal de uno de los más severos eventos climáticos del siglo XX, las torrenciales lluvias costeras y la inclemente sequía del sur andino de 1957-1958, graficada en la foto publicada por los diarios de campesinas regalando a sus hijos a los viajeros, al pie del ferrocarril en Juliaca, por no tener con qué alimentarlos.
Esta variación del clima no ha tenido efectos solo económicos y materiales, sino también sociales y políticos. En 1958, el presidente Manuel Prado, agobiado por la crisis, tuvo que acudir a su gobierno a un crítico tenaz como Pedro Beltrán. En 1965, el gobierno democrático de Fernando Belaunde vio detenido su ímpetu reformista. En 1972, el gobierno militar hubo de dejar de lado momentáneamente sus cambios estructurales para atender la emergencia; y en 1982-1983, el segundo gobierno de Belaunde empezó a colapsar por los graves efectos de los desórdenes del clima. Hasta el régimen de Alberto Fujimori acabó afectado cuando su proyecto autoritario se debilitó por los mayores requerimientos económicos de los eventos de 1997-1998 que perjudicaron hasta la propia Lima.
Es decir, el país está notificado sobre que periódicamente se presenta lo que la administración estadounidense llama El Niño Southern Oscillation, y que nosotros más pedestremente conocemos solo como Fenómeno de El Niño (FEN), tanto en forma moderada y periodos cortos (cada 5 a 6 años), como en forma extrema y periodos largos (cada 10 a 12 años). Sin embargo, no hemos sido capaces como país de incorporar este dato esencial de nuestro territorio en la concepción que debe regir el desarrollo.
Solo en el presente siglo se puede encontrar el surgimiento de una verdadera conciencia de lo que significa el tema ambiental, aunque ello todavía no se haya traducido en una firme política de Estado de gestión del riesgo.
Por eso, y pese a que hoy existen complejos métodos de medición de la temperatura del mar, cada vez que un FEN asoma, los gobiernos reaccionan con sorpresa, como si fuese un hecho fortuito e inesperado y no una recurrencia que tienen el deber de prever. Entonces recién se ponen a disponer de fondos presupuestales extraordinarios y a adoptar medidas de “prevención”, muchas de las cuales acaban como inoportunas e inútiles, pues se ejecutan cuando la emergencia ya es inevitable o ha pasado.
Hace años, un destacado ingeniero agrónomo me comentaba que los jóvenes profesionales se quejaban de las sequías, a lo que él les respondía: “Pero ¿cuándo no ha habido sequía en la costa?”, añadiendo que los profesores de la antigua Escuela de Agronomía también enseñaban a sus alumnos a cultivar sin agua.
Algo así tendrían que hacer nuestros políticos y funcionarios. Dejar de pensar en el FEN como un evento episódico e imprevisible, para pasar a considerarlo como un componente esencial del análisis del riesgo y de la política para conjurarlo. Buen gobierno es saber que hemos vivido y viviremos con el FEN y que, por el cambio climático global, este fenómeno tendrá intervalos de presencia cada vez más cortos. Por ende, debería ser un capítulo obligado del plan de quienes quieran gobernar el Perú.