"Florentino", por Milagros Leiva
"Florentino", por Milagros Leiva
Redacción EC

Por tu grandísima culpa todavía espero a un hombre valiente, que no se muera de amor por que muertes ya no quiero, sino que me ame en cualquier tiempo, incluida en mi cólera y en mi tristeza que me despiertan fiebres y mareos. Por tu gran culpa el GPS que en una Navidad me regalaron para que no perdiera mi tiempo buscando direcciones se llama Florentino Ariza, exactamente como ese inolvidable amante, cazador solitario que leía versos a la sombra de los almendros y que amó en silencio como nadie en este mundo y que estoy segurísima existe en muchos hombres y mujeres reales y leales que caminamos con la cabeza caliente por efectos de la pasión.

Florentino se llama ese aparato que me habla y que me ordena voltear a la izquierda y me dice que no me preocupe porque ya llego a mi destino. Igualito a ese hombre que comía rosas y que esperó cincuenta pacientes años para repetir su juramento de fidelidad y amor eterno; que tuvo desmayos repentinos y que no se resignaba y que despertaba con ataques de melancolía y que volvía a sus amantes putas tristes porque solo él amaba a una mujer que nunca fue fácil de impresionar.

Sí, pues, por tu tremenda culpa mi computadora que guarda mis escritos y mis delirios inconfesables se llama Fermina Daza, la diosa coronada. Esa tremenda mujer cuya sangre se transformaba en espuma por la urgencia de ver al joven Florentino y que delirante tuvo que esperar todo un año para leer una carta y que ni en mil siglos adivinó los prodigios escritos en setenta folios de amor. Esa mujer que finalmente se casó con otro hombre y cuyo corazón saltó en astillas cuando vio a su marido, el doctor Juvenal Urbino, tendido en el lodo y luchando contra la muerte para decirle como único adiós que Dios sabía cuánto la había amado. Sí, esa Fermina Daza que nunca fue más hembra que contigo Florentino, mi héroe, mi romántico incondicional.

El Jueves Santo estaba almorzando con un hombre tierno cuando leí en el Twitter que ya habías decidido partir. Y te juro que recordé lo que decías: que los débiles jamás entrarán en el reino del amor que a veces es inclemente y mezquino. Y te juro que esa tarde Florentino y Fermina se sentaron en mi mesa y también almorzaron con mi tristeza, porque aunque el veredicto es unánime y todos tus lectores sabemos que tus “Cien años de soledad” se seguirán leyendo por los siglos de los siglos, también creo que la maestría de tu “Amor en los tiempos del cólera” seguirá marcando a los enamorados hasta el final de la humanidad. Tu intensa historia es música mística dedicada a este sentimiento que excita, alegra y desborda, pero que también hiere, ata y enloquece. Si no lo sabrás tú, Gabriel García Márquez. Hombre enamorado siempre fuiste y solo basta leerte para seguir creyendo en el amor.