(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Hugo Coya

Cuando cumplió los 7 años, supo por primera vez que el mundo aterciopelado en el que vivía se podía esfumar repentinamente al ver la profunda aflicción que se reflejaba en el rostro de sus padres mientras leían, en un papel, el diagnóstico sobre su salud. No recuerda bien cuándo la infección comenzó a atacar del todo su médula espinal, ni cuándo perdió la movilidad, ni tiene presente cuándo pudo pronunciar correctamente el nombre de la enfermedad que a partir de ese momento la perseguiría para siempre.

Han pasado 57 años desde que la poliomielitis se convirtió en una realidad adherida al cuerpo de Gina Parker. Demasiado tiempo desde que comenzó a enfrentar los primeros miedos que genera esta dolencia que, en algunos casos, provoca la muerte; a sobreponerse a las primeras lágrimas; a ensayar las primeras caminatas con muletas; a experimentar múltiples caídas, numerosísimos golpes, incontables fracturas; a asistir a numerosas sesiones de terapia; a tomar todo tipo de medicinas; a superar poco a poco el temor ante los pronósticos que nunca eran favorables.

Pero existe algo en el ser humano que, en ciertas ocasiones, doblega al más devastador vaticinio: la esperanza, la decisión de no resignarse a un destino inexorable. Una enfermedad podía obligarla a postrarse ante una silla de ruedas, pero no podía cortarle las alas.

Mientras combatía con todas sus fuerzas los primeros síntomas que pretendían adueñarse de ella, concluía sus estudios primarios, secundarios, para después avanzar hacia el inglés, la locución. Luego crearía su propio centro para formar a profesionales de la palabra, descubrir su vocación como docente y ponerse a dictar clases en numerosos institutos.

El reconocimiento sobrevendría poco a poco. Se transformó en una de las voces más populares de la radiodifusión nacional, se volvió jefa de Programación de radio Panamericana, locutora de Panamericana Televisión, inmortalizó en la memoria de generaciones enteras de peruanos y latinoamericanos la frase: “¡Grántico, pálmani, zum!” del programa infantil “Nubeluz”. Hoy participa activamente en la Teletón, dicta charlas en diferentes lugares del país, y conduce el programa “Sin barreras” de TV Perú.

Desde hace algunos años, por decisión propia, vive sola, se traslada a su trabajo, va al cine, hace sus compras e intenta disfrutar una vida plena como cualquier persona de su edad, sin tapujos ni cortapisas. Hoy la poliomielitis ha sido erradicada en un 99% en el mundo y se atribuye ese 1% restante a aquellas personas que se dejan influir por los movimientos antivacunas.

Una carrera profesional exitosa pero no exenta de sinsabores, los que prefiere dejar en el olvido. Trata de no recordar las repetidas veces en las que le pidieron que ocultara sus piernas, que escondiera sus muletas, que no mostrara su silla de ruedas, que omitiera mencionar su discapacidad durante las entrevistas que le realizaban. Reconoce que, en ciertas ocasiones, rechazó, incluso, invitaciones u homenajes por temor a la reacción del público al descubrir que tenía la necesidad de contar con un apoyo para trasladarse de un lugar a otro.

Ahora, Gina se prepara para ser una de las peruanas que llevará la antorcha de los que se inician en unos días en Lima y se encuentra emocionada, más optimista que nunca porque es consciente de que la tarea que le han encomendado hará más palpable los olvidos hacia esos miles de peruanos que, al igual que ella, poseen alguna discapacidad.

Como señala un informe del catedrático Jaime Huerta para la Comisión Especial de Estudio sobre Discapacidad del Congreso de la República, la falta de accesibilidad es la primera gran barrera que enfrentan las , pues ella dificulta su integración a la escuela, centros de salud, centros de trabajo, iglesias, estadios, playas, cines y teatros, parques, centros comerciales, mercados y un largo etcétera. Dicho informe fue elaborado hace algunos años; no obstante, poco hemos avanzado.

Es hora de revertir esta situación y Gina considera que esta justa deportiva será la gran oportunidad para hacerlo, para hacer visibles a los invisibles, a aquellos peruanos que por poseer cierta discapacidad o diferencia padecen las omisiones, marginaciones, desamparo.

Al igual que ocurrió con los Juegos Panamericanos, Perú contará con la mayor delegación de su historia en unos Juegos Parapanamericanos y se espera que nuestros deportistas consigan la proeza de superar el récord obtenido en la ciudad de México en 1999 que fue de 3 medallas de oro, 4 de plata y 4 de bronce.

Bajo esta perspectiva, el torneo continental que comienza el próximo viernes no será una simple competencia por obtener un galardón o conquistar una buena marca deportiva. Significa más, mucho más. Representa, sobre todo, la portentosa lucha que miles de personas, como Gina, libran a diario contra una ciudad y un país hostiles, que los agrede con su falta de espacios y oportunidades; una lucha que esperamos comience a revertirse al encenderse el pebetero en el coloso de José Díaz y se encienda con él, una luz de esperanza para cambiar como sociedad y convertirnos en un país más inclusivo, donde de verdad, juguemos todos, sin distinción alguna.