Esta es una crisis fortuita, que llegó de casualidad. No estamos ante una crisis política general que obligue a un cambio de Gabinete, sino que, como de pronto hubo que cambiar al primer ministro por razones específicas, ello tuvo que adoptar la forma de un nuevo Gabinete con voto de investidura y todo. Entonces, a partir de esa formalidad ineludible, fue posible armar, pese a los esfuerzos y virtudes de Ana Jara, ahora sí, una crisis general, maximizando elementos de la realidad que nunca faltan: el frenazo de la economía, el aporte de los independientes o los supuestos lobbies.
Pero no llegará a más. El voto de investidura le da a nuestro sistema político algunas características de sistema parlamentarista. En este último, el jefe de gobierno es elegido por el Congreso. Con el voto de investidura (en un sistema presidencialista), el primer ministro es designado por el presidente de la República, pero debe recibir la confianza también del Congreso. Esto no es problema mientras el gobierno tenga mayoría, aunque sea una mayoría hechiza como la que ha tenido Humala con Perú Posible primero, al que luego debió sumar Solidaridad Nacional y Acción Popular-Frente Amplio cuando Gana Perú y Perú Posible se fueron diezmando.
Si el gobierno no tiene mayoría, ni siquiera hechiza, como ocurre ahora, no le queda más remedio que armarla haciendo concesiones. Como tampoco hay una oposición unificada sino muchas oposiciones, le bastaría concertar con dos o tres bancadas fuera de Perú Posible, aquellas que le pidan lo menos costoso en términos de avance en reformas. De hecho no con Fuerza Popular, Apra y Acción Popular-Frente Amplio, que demandan el fin de la huelga médica aun al costo de sacrificar la reforma de la salud. Como sabemos, la dirigencia de los médicos rechaza el contenido meritocrático de la reforma y la posibilidad de contratar con asociaciones público-privadas (APP) el mantenimiento y la gestión de los hospitales, algo a lo que llama “privatización”, pero que mejoraría mucho el servicio en beneficio de los usuarios.
Otra salida es ofrecer algunos ministerios a las bancadas cuyo apoyo se busca, yendo a una forma atenuada de cogobierno. Pero faltando menos de dos años para las elecciones presidenciales, ningún partido querrá desgastarse en el poder. En stricto sensu, sin embargo, un sistema con elementos parlamentaristas podría llevar a que la mayoría (opositora) ponga incluso el primer ministro. Es lo que tendría que ocurrir si el Congreso no diera, en definitiva, el voto de confianza a este Gabinete, y tampoco al siguiente, obligando al presidente a disolverlo y llamar a elecciones para uno nuevo dentro de los cuatro meses siguientes. En ese nuevo Congreso el gobierno con seguridad tampoco tendrá mayoría, de modo que tendría que nombrar primer ministro a alguien de la oposición para asegurar la gobernabilidad, configurándose en el Ejecutivo una situación similar a la “cohabitación” francesa.
Pero, nuevamente, los partidos no querrán llegar a una situación como esa para no desgastarse en lo que quedara del gobierno, de modo que lo más probable es que otorguen finalmente el voto de confianza.