Richard Webb

En la escuela aprendemos que el se mide con una estadística llamada producto bruto interno (), cifra que suma la producción total de una nación. El concepto fue creado por el economista ruso Simon Kuznets, y se convirtió rápidamente en un instrumento para la planificación de los recursos nacionales durante la doble emergencia del colapso recesivo de los años 30, y la Guerra Mundial iniciada en 1939. Kuznets aclaró que su PBI respondía a las necesidades de planificación en los momentos difíciles de una economía, y no a los objetivos normales y continuos del bienestar económico.

Pasaron varias décadas más antes de la llegada de nuevas herramientas estadísticas, dirigidas más bien a los temas sociales, entre ellos la estimación de la . El cálculo y el seguimiento de la pobreza fue impulsado especialmente por el Banco Mundial durante los años 80, incluyendo una estimación para el Perú en los años 1985-86, pero el cálculo de esa cifra no se aplica de modo regular hasta el 2004. Recién en el 2023 se ha iniciado un esfuerzo para extender la medición del bienestar a un conjunto de variables que van más allá de la pobreza monetaria, y se debate en particular la conveniencia de producir una cifra que representaría el estado de avance en cuanto diversos objetivos sociales.

Sin embargo, si bien sería loable ampliar la lista de mediciones y mejorar los métodos estadísticos, resulta conveniente primero realizar un balance acerca de las estadísticas que ya existen, y en particular, de la más básica entre ellas, que sigue siendo el PBI. Es evidente que la riqueza global de un país es una ayuda fundamental para el logro de otros avances sociales, pero también lo es que, por si sola, esta no resuelve la mayoría de los problemas sociales.

Una dificultad central, que en realidad no es posible resolver, es que las valoraciones de los múltiples componentes del PBI cambian continuamente. El mismo proceso de desarrollo productivo las modifica, por lo que la valoración de la mejora productiva se vuelve indefinida. Hoy, casi todo peruano tiene un teléfono celular y el costo de un minuto de conversación es casi cero, incluso para una llamada internacional. Pero hace apenas medio siglo ese minuto de conversación costaba una pequeña fortuna. ¿Cuánto, entonces, ha aumentado el bienestar producido por esas llamadas? ¿Corresponde medirlo con el precio de hace medio siglo? ¿O con el precio actual? Esta historia es en realidad el patrón general de desarrollo económico: como en el alpinismo, el esfuerzo desarrollista se dirige hacia lo difícil. Mientras más empinado, más esfuerzo atrae, y más valor –y utilidad económica– tiene la conquista. Pero entonces, ¿con qué precio valoramos esa conquista ¿Con el alto valor inicial? ¿O con el valor reducido posconquista?

El desarrollo económico consiste en buena parte en lograr una mayor producción y, por lo tanto, un abaratamiento de lo que antes era escaso. Y el resultado natural del proceso crea un problema para la oficina estadística que busca medir el cuánto del aumento en la producción. Pensando en mi vida personal, me asombra el extraordinario abaratamiento producido en gran parte de mi propia canasta de consumo. Pero ¿cómo medir el aumento en mi ingreso real producido por esas reducciones de costo?

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Richard Webb es economista

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