Lima creció de forma desordenada, sin planificación ni proyección de las necesidades futuras que tendría su población. Y en medio de este caos, por décadas, los alcaldes distritales y provinciales optaron por soluciones fáciles y cortoplacistas en transitabilidad o movilidad de los vecinos.
Quizás el único fin municipal es tener a todos los sectores económicos y sociales contentos: una berma central con áreas verdes, una ciclovía de doble sentido, un carril exclusivo para el transporte público (Metropolitano, corredores viales rojo, morado, etc.), y un espacio para el tránsito de autos y otro tipo de vehículos. Todos se acomodan en el mismo ancho de la pista de la avenida porque no hay espacio para ampliarla.
Entonces se observan avenidas como Larco, en Miraflores; Garcilaso de la Vega, en el Centro de Lima; Canadá, en La Victoria; Huaylas, en Chorrillos, que tienen esa secuencia de distribución (berma central, ciclovía y carril para auto). El escenario más crítico está en la avenida Faustino Sánchez Carrión (antes Pershing), entre Jesús María y San Isidro, donde al auto solo le queda un carril para desplazarse y otro para que el corredor rojo pueda detenerse, maniobrar, virar y recoger pasajeros.
Pero la historia ya es otra en las horas de alto tráfico. El paso es lento y no se sale del atolladero. Según el ránking de TomTom Traffic Index que publicó hace algunas semanas este Diario, en Lima se recorren 10 kilómetros en hora punta en 27 minutos con 10 segundos y a una velocidad media de 18 km/h en auto, y esto la convierte en la ciudad con mayor congestión vehicular de América y la octava de todo el mundo.
No intentamos, a través de este artículo, ir en contra del aumento de los kilómetros destinados para una ciclovía (sí estamos a favor del transporte sostenible) o los espacios exclusivos para el transporte público. Este es una crítica a la vieja manía, a veces antojadiza, que tienen las autoridades municipales de buscar hasta el último rincón del espacio público para ejecutar algún proyecto. Citamos el caso de los tramos de ciclovía en la avenida Huaylas que zigzaguean entre las pistas, veredas y los postes del alumbrado público.
La realidad es que en Lima ya no se pueden agrandar las pistas de las avenidas, así se trazaron para recibir menos vehículos, y sin proyección. Ahora, según la Asociación Automotriz del Perú (AAP), al 2022 la ciudad soportaba un parque automotor de 2′155.777 vehículos. En el caso de nuevos, en el país se han sumado, en los primeros seis meses de este año, 95 mil (entre livianos y pesados), por citar un ejemplo, pero su renovación es mínima. Más autos, menos espacio. Un gran porcentaje de esa cifra circula en la capital.
Lima es una ciudad donde todos convergen en el mismo lugar y no encuentran zonas que eviten los ingresos al centro. La solución es compleja, pero empecemos a pensar en la construcción de grandes autopistas que circulen alrededor de la ciudad, que estén interconectadas con el transporte público masivo, el transporte sostenible, que nos lleven a todos los destinos y que reduzcan el tiempo de viaje. Son proyectos a largo plazo, seguros y que garantizan una mejor calidad de vida.