Un limeño en la Luna, por Martha Meier Miró Quesada
Un limeño en la Luna, por Martha Meier Miró Quesada
Redacción EC

Las dos cartas más extrañas jamás recibidas por la agencia espacial norteamericana (NASA) deben haber sido las escritas por (1924-2006), en esa época un artista escasamente conocido que el tiempo revelaría como el más completo e influyente nacido en Lima. 

En 1969, Eielson  (poeta-dramaturgo-músico-performer-escultor y pintor) envió su primera carta. En ella proponía que la NASA colocara una escultura en la Luna. El asunto seguramente desató las carcajadas de los ingenieros del Apolo 11, cuya misión era lograr que un ser humano pisara el satélite terrestre. De hecho, eso ocurrió el 21 de julio del mismo año, cuando los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin dejaron su huella allá. Por esa misma época Eielson trabajaba una singular propuesta escultórica compuesta por cinco objetos imaginarios, imposibles de sepultar en las ciudades más significativas para él: París, Nueva York, Eningen (Alemania), Roma y Lima.

Pese a haber dejado nuestra capital a los 27 años para afincarse en Europa, su arte está plasmado de lo que aquí lo nutrió, inspiró y dolió. “Guardo de Lima una botella / Llena de lluvia / Y un puñado de arena /En el pañuelo. /A veces recuerdo / La luz de su nublado cielo/ Y la acaricio/ Como se acaricia una perla/ En el bolsillo”. (Poema sin título, en “Pretextos”, 2000).

Eielson escribió una segunda carta a la NASA en la que solicitaba que, tras su muerte, sus cenizas se dispersaran en la Luna. El multidisciplinario artista murió en el 2006 y sus restos continúan en la Tierra, algo triste para quien sintió al cielo como un lienzo y a su propio cuerpo como un astro o una estrella. Si en alguna parte debieran estar las cenizas de este grande, es flotando con el polvo estelar: “Sé perfectamente que mi casa / Es una estrella /Que se llama vida / Y que esa estrella es la tierra / Y que después tendré otra casa / En otra estrella/ Llamada muerte”.

Hijo de limeña con un estadounidense, Jorge Eduardo Eielson hubiera cumplido 90 años este domingo 13 de abril. Su portentoso talento salió a relucir tempranamente: a los 21 años (1945) ganó el Premio Nacional con “Reinos”; luego el Premio Nacional de Teatro con “Maquillaje”; en 1948 expone alguna de sus obras gráficas y a los 27 parte a París y comienza  su exilio europeo, estableciéndose en Italia, aunque volvió a Lima incontables veces.

Mientras Vargas Llosa escribe que él se alejó del Perú porque “mi vocación es de un cosmopolita, y de un apátrida” (“El pez en el agua”, 1993);  Eielson consideraba que había nacido exiliado. “El exilio es mi estado natural, geográfico, social, afectivo, artístico, sexual”, esto último por su condición de homosexual.

El artista amaba Lima y le dolía la distancia. En su novela-collage “Primera muerte de María” (1988), lo más importante –según sus propias palabras–  era “el espacio –el elemento más sutil del paisaje– el que rodeaba, en un estéril abrazo, la ciudad en que nací. Paraíso e infierno, pero única grandeza permitida a los limeños […] su dimensión más secreta, era el silencio de las dunas al atardecer, eran los juegos de la sombra y de la luz sobre el territorio amado”.