Hace poco más de dos décadas, ‘mañana’ significaba incertidumbre. Significaba no saber qué iba a pasar. Y ‘no saber’ significa no poder planear un futuro.
‘Mañana’ significa hoy algo bastante distinto. El futuro siempre es incierto, pero las cosas mejoran si dependen más de lo que uno mismo hace y menos de lo que otros deciden.
Hay un inmenso valor en saber qué podré comprar con mi sueldo mañana. Es importante saber que, una vez que ponga un taller o una bodega, veré mañana los resultados de mi esfuerzo. Es esencial conocer que puedo obtener un crédito y que mañana la casa que compre hoy con él será realmente mía.
En el fútbol, si la definición de qué es un gol no está clara o no se sabe cuándo se puede cobrar un penal, no hay realmente juego, y sin juego no hay ganador. Como en los juegos sin reglas, donde no se sabe bien qué hay que hacer para ganar o para perder, la vida sin reglas no solo es imprevisible, sino injusta.
Todos tenemos (o queremos tener) un plan de vida. Queremos y planeamos un futuro. Queremos conseguir un trabajo o ascender en él, poner un negocio, casarnos, estudiar. Pensamos en tener una vida con ciertas características y nos organizamos para lograrlo. Esos planes dependen precisamente de esas reglas, de su permanencia y estabilidad.
Hay una virtuosa paradoja en la estabilidad. Ser estable supone no cambiar. Pero la estabilidad conduce al cambio. Cuando las reglas no cambian, las personas de carne y hueso impulsan el cambio.
Cuando se habla del modelo económico nos distraemos con lo irrelevante. Creemos que es un problema ideológico, que tiene que ver con las izquierdas y las derechas, con los socialistas y los liberales, con los Karl Marx o los Adam Smith. Pero ese es un espejismo.
Un modelo económico no es otra cosa que un conjunto de reglas. Son reglas cuyo impacto afecta, antes que a abstracciones como “el pueblo” o “el país”, a las Marías, Pedros o Juanes. Afecta a personas reales y a sus familias que tienen un plan de vida y quieren reglas que les permitan realizarlo. Tiene que ver con qué puedo comprar con mi sueldo, cómo meterme a un negocio o cómo me construyo mi casa. A las Marías, Pedros o Juanes no les interesa la ideología. Lo que les interesa es saber qué va a ser de sus vidas.
El cambio del significado de ‘mañana’ en el Perú se ha debido a una sucesión de gobiernos que, al margen de matices, sesgos y discrepancias, han respetado un grupo básico de reglas cuya premisa es que cada quien es libre de actuar asumiendo la responsabilidad y consecuencias de sus decisiones. A partir de allí la gente hace su plan.
Entramos a etapa electoral. La gente no hace sus planes de vida para que duren cinco años. Hacemos planes más largos, que incluyen lo que pasará con nuestros hijos. Pero cada cinco años se discuten (y se amenazan) las bases sobre las cuales se construyen tales planes.
La política es, por definición, incertidumbre. Winston Churchill decía que “el político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que predijo”. Solo la madurez política de respetar las reglas de juego nos vacuna contra dicha incertidumbre.
Borges solía despedirse de su audiencia al final de una charla diciendo: “Me despido de cada uno de ustedes. Y no digo todos, porque todos es una abstracción, pero cada uno es una realidad”. Finalmente el modelo económico es una abstracción. Pero el plan de cada persona es una realidad. Es esa realidad la que los políticos deben respetar. Ojalá todos los candidatos lo entiendan. Queremos, finalmente, que los que salgan elegidos no nos arruinen nuestro plan.