Carmen McEvoy

La república del atraviesa una profunda crisis institucional y de sociabilidad. Respecto a este último aspecto −que remite a la ruptura de los vínculos sociales− resulta innegable que quemarnos, acuchillarnos, atropellarnos, violarnos y denigrarnos se han convertido en “hábitos” normalizados. Y por ello ya no debería sorprender que en este universo del “sálvese quien pueda” choferes de camiones, buses o combis derrumben puentes o maten a quien ose cruzárseles por su camino. El Estado −vetusto aunque operativo− que sobrevive en medio de una accidentada trayectoria histórica ahora está en manos de un nuevo elenco, cuyo objeto de deseo es la bóveda del BCR.

Los mecanismos para dicha supervivencia vampírica −porque depende de los impuestos de millones de peruanos− van desde la cooptación hasta la persecución de los “enemigos” e incluso, últimamente, las malas maneras de un canciller que maltrata a una nación amiga en su embajada. En el “todo vale” en el que se ha convertido la feroz lucha por consolidarse en una cornisa estatal, así sea colgado patas arriba, los ultraizquierdistas se vuelven aliados de los que ayer los detestaban. Es bueno recordar que este contorsionismo político tiene que ver con el hecho de que la torta estatal, con sus viajes románticos como aquel que le pagamos al congresista Darwin Espinoza, exhibe aún muchas tajadas que ofrecer. Al final del día, la cuenta de los fuegos de artificio, reventados frente al ataúd de la república, corre a cuenta de los contribuyentes.

Dos ejemplos muy concretos, porque tienen nombre y apellido, expresan la gravedad de lo que nos ocurre, no solamente a nivel político y económico sino en la sensible esfera sociocultural. Acá me refiero, en primer lugar, al ministro de Educación, , que hace algunas semanas señaló que la “presidenta constitucional ” podría ser, eventualmente, reelegida para un segundo término. El argumento de aquel que constantemente cita a los clásicos del pensamiento político universal es que su magra aprobación compite con las de aquellas candidaturas que ya van apareciendo en el escenario electoral. ¿Fue este un acto de respaldo a una mujer que, de acuerdo con Quero, vive injustamente acosada? Solo el ministro lo sabe.

Sin embargo, de lo que no cabe ninguna duda es que su noción estrambótica de que medio millar de niñas violadas en la Amazonía podrían entrar en el campo de las “prácticas culturales” nos llevan a cuestionar la lucidez mental de un activo miembro de la guardia pretoriana de Boluarte que −a pesar de pedir perdón tardíamente por su afrenta− ilumina la transformación que la cercanía al poder produce en las mentes y en los corazones de los que no entienden su lógica o simplemente lo abrazan sin mayor reflexión.

En el grupo íntimo y comprometido con la defensa a rajatabla de Boluarte destaca, también, la ministra de Cultura, Leslie Urteaga, que hace algunos días se levantó al alba para participar en esa farsa llamada “Amanecer seguro”, como si una frase marketera pudiera desaparecer por arte de magia la violencia de las calles de Lima o las de Trujillo y otras ciudades, donde se asesina un día sí y el otro también. Tal como ocurre con Quero, la ministra está presta a realizar cualquier labor de respaldo a Boluarte que se le asigne. En esta confusión de roles y degradación de las palabras y su significado, Urteaga visitó la Unesco y reafirmó el compromiso del Perú en la defensa del “patrimonio” de la humanidad. Mientras que de nuestra memoria histórica no sabemos absolutamente nada, salvo que un almacén industrial espera a millones de documentos que, si se manipulan irresponsablemente, como parece ser el caso, pueden producir una lobotomía nacional.

El síndrome de Hubris, que al parecer se ha viralizado en las altas esferas del gobierno de Boluarte, está asociado a los efectos mentales del poder. Entre los efectos están: la imprudencia, la impulsividad, el sentimiento de superioridad, la desmedida ambición por el lujo, la obsesión por destruir al rival, el desprecio por los consejos y el alejamiento progresivo de la realidad. Es probable que por acá resida la respuesta a comportamientos que van más allá de cualquier explicación. Como decía Lenin, “salvo el poder, todo es ilusión”, pero al parecer lo que existe en el Perú es el poder como falsa ilusión personal.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carmen McEvoy es historiadora

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