Desde el Estado o los gobiernos locales hay muchas formas de impulsar un sentimiento de comunidad que el Perú tanto necesita. Una de ellas es bautizando a las calles con nombres que aludan a la diversidad del país o, también, con nombres de personas que se postulan como fundamento del orgullo nacional, dado lo ejemplar de su comportamiento o lo creativo de su obra; en todo caso, la importancia de su contribución a la colectividad. Se despliega así una “política de la memoria” orientada a que la ciudadanía guarde recuerdo y agradezca a sus compatriotas más ilustres, que vienen a representar verdaderos modelos de identidad, pues todos nos sentimos orgullosos de sus logros.
Pero una política de la memoria de alcance nacional implica que debería existir un cierto consenso sobre los méritos de los candidatos a ser recordados. Entonces se bautiza a las grandes avenidas y a las calles principales con los nombres de las personas que merecen más el recuerdo y la gratitud de la ciudadanía. También es importante que en cada ciudad las calles aludan a los nombres de otras regiones, para que así estén presentes en la conciencia de la gente.
Si examinamos el caso de Lima, se constata que en el centro de la ciudad se nombran muchas de las más importantes provincias y departamentos del país. Tacna y Abancay son un buen ejemplo. Pero también Cusco, Arequipa, Carabaya, Lampa, Pachitea y un largo etcétera. Y en cuanto a personas, Grau y Bolognesi son los héroes que más suenan. Se extraña la relativa ausencia de personajes andinos. Aunque en Jesús María cada uno de los incas tiene una calle que lo recuerda.
Incluso avenidas muy importantes han sido renombradas. Woodrow Wilson fue rebautizada como Inca Garcilaso de la Vega y Pershing como José Faustino Sánchez Carrión. En realidad, los nombres de Wilson y Pershing fueron usados como una manera de halagar a un presidente y a un general norteamericano en medio de las negociaciones territoriales con Chile sobre Tacna y Arica. Como Wilson había sugerido una paz sin conquistas territoriales, como principio para la paz de la Primera Guerra Mundial, los peruanos se ilusionaron con que este principio podría aplicarse al conflicto con Chile. Pero tras casi cincuenta años del cambio de nombre mucha gente sigue apegada al nombre Wilson. Quizá faltaría repetir y explicar, cuantas veces sea necesario, que el nombre del ilustre cronista mestizo, uno de los fundadores de la peruanidad, tiene para la comunidad peruana muchos más méritos para esa nominación, que es también un homenaje.
Quizá el distrito menos alineado con una propuesta nacional sea San Isidro. En los nombres de sus calles se deja ver cómo los españoles y criollos, allá por los años 1920 y 1930, fueron estimados con un prestigio que excedía en mucho del que gozaban mestizos e indígenas ilustres. Ya es tiempo de que se corrija este hiriente anacronismo. Llamar a la principal vía del distrito “Conquistadores” supone una identificación con una tropa de invasores y saqueadores que pretendieron convertirse en los dueños del Tahuantinsuyo. Otras calles de este distrito tienen nombres de virreyes como Toledo, quien mandó decapitar a Túpac Amaru I, el último inca que tuvo una soberanía efectiva sobre un territorio: Vilcabamba. Esta situación comenzó a cambiar con el gobierno del general Velasco y el llamado desborde andino que hicieron posible que grandes avenidas fueran bautizadas con nombres como Túpac Amaru o Pachacútec.
Pero el caso más significativo, y para toda Lima, es que la avenida quizá más importante de toda la ciudad tenga por nombre Javier Prado, nombre que corresponde a un intelectual y político, influyente en su período, pero sin los grandes méritos para justificar esa nominación. Hay muchos nombres que podrían merecer ese honor. Suelto algunos: Micaela Bastidas, Felipe Guamán Poma de Ayala, María Elena Moyano, José María Arguedas.
La formación de una comunidad nacional, que suponga la igualdad efectiva ante la ley y la solidaridad entre los peruanos, avanza en nuestro país a paso de tortuga. En este campo también se puede aprender de Chile, pues en su capital la avenida más significativa se llama Bernardo O’Higgins, en reconocimiento a uno de sus “padres de la patria”.