"Lo que más destaca del salto tecnológico de las últimas décadas ha sido, precisamente, la nueva capacidad para generar, registrar e interpretar los números". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Lo que más destaca del salto tecnológico de las últimas décadas ha sido, precisamente, la nueva capacidad para generar, registrar e interpretar los números". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Richard Webb

Con frecuencia el cambio social incluye un nuevo idioma. El Perú ha pasado por varios lenguajes, pero ningún cambio anterior ha sido tan radical como el que vivimos: desde hace un cuarto de siglo, empezamos a comunicarnos, no a través del alfabeto sino de los números. En las portadas de los periódicos, las informaciones numéricas casi no existían durante el siglo pasado. Revisando una colección de las primeras planas de El Comercio durante el siglo XX, los titulares numéricos son extremadamente escasos. Entre los pocos números que llegaron a las primeras planas en ese siglo, encontramos la referencia a cuatro casos de viruela en Lima en 1901, la alerta que El Niño de 1983 podría durar seis meses, la elección de Ricardo Belmont a la Alcaldía de Lima con 44% de los votos y, cerrando el siglo, el video que revelaba el famoso pago de US$15.000 de Montesinos a Kouri. Por contraste, cada una de las cuatro portadas desde el primer día del 2020 se ha centrado en una cifra impactante –el 36% piensa que la economía mejorará, el 10% de la inversión pública del 2019 se hizo en últimos 4 días, los magros 2,60 soles al día por habitante de los presupuestos municipales de Lima y el 90% de peruanos que no están dispuestos a aportar a campañas–. Más y más, los números se roban el show.

En mi opinión, el nuevo protagonismo de los números no es inocente, y la palabra “estadística” nos da una pista del porqué –su obvia relación etimológica con “Estado”–. Los números llegaron mucho después de las palabras, recién cuando se formaron civilizaciones en base a una agricultura asentada y una organización compleja de la vida económica y social. Para las clases dirigentes de esas sociedades, los números registrados en tabletas de arcilla o sogas del quipu eran el tablero de control nacional, sobre todo económico y fiscal, con datos que medían poblaciones, cosechas, deudas y propiedades. Sin embargo, si bien la interpretación y manipulación de los números se volvió una ciencia sofisticada con los descubrimientos de la matemática, su aplicación como instrumento organizativo y de control quedó frenada por la falta de tecnologías que permitieran masificar la creación, el registro y la transmisión de esos números. Todavía no existían IBM, Internet, ni las técnicas de la inteligencia artificial.

Lo que más destaca del salto tecnológico de las últimas décadas ha sido, precisamente, la nueva capacidad para generar, registrar e interpretar los números, y no sorprende que haya surgido una preocupación por el uso de datos personales. Han revivido las visiones pesimistas de un Estado con nuevas y poderosas capacidades para el control humano, a la buena según sugirió Aldous Huxley, o a la mala según la visión de George Orwell. La voz de alarma viene incluso de algunos pioneros de esas tecnologías, como Bill Gates e Elon Musk, además de centros intelectuales preocupados por el futuro de la libertad humana. Se habla de un proyecto en la China para crear un ráting o score de cada ciudadano que sería un presagio de posibilidades malsanas de futuros gobiernos.

Es difícil saber si en el Perú debemos felicitar o temer las nuevas capacidades para el control de la sociedad. A diario lamentamos la falta de control y de capacidad resolutiva de nuestros gobiernos, y encontramos explicaciones de nuestra informalidad, inefectividad y corrupción en la historia. La tecnología de los números llega como un poderoso nuevo instrumento para ayudarnos a luchar contra esas deficiencias. Pero al mismo tiempo, el ciudadano rechaza sin pestañear la más mínima restricción a sus libertades. Sin duda, la poca efectividad y torpeza del Estado nos ha protegido de abusos más sistemáticos. Todo indica que estamos ante una disyuntiva, de un lado la pérdida de privacidad y de libertad ante un gobierno fortalecido por masivas bases de datos, y, de otro, el avance en múltiples frentes que podrían significar los nuevos instrumentos de los números. Sea cual sea la respuesta, lo seguro es que la tendremos que dar usando el nuevo idioma de los números.

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