La ministra de Educación no tiene ni una semana en el cargo pero ya ha enfrentado marchas en su contra. Cientos de manifestantes “contra la ideología de género” se presentaron delante del ministerio y le exigieron que cambie las políticas de su antecesor. A la vanguardia de esta retaguardia se encontraban siete congresistas, cinco de ellos fujimoristas.
Esto ocurrió dos días después de que el presidente Pedro Pablo Kuczynski se juntara con la lideresa del partido de esos congresistas. La reunión se dio, supuestamente, para calmar su fiera oposición, que terminó con la cabeza del anterior ministro de la misma cartera.
Por cierto, el anfitrión de esa reunión fue uno de los organizadores de las marchas “por la familia” o algo así, que fueron la base de las actuales protestas ante la nueva ministra. Su órgano oficioso de comunicaciones, ACI Prensa, ha celebrado y cubierto extensamente esta manifestación. Protestas iguales se registraron delante de las sedes del ministerio en un puñado de otras ciudades del país. ¿Navidad? ¿Quién está pensando en eso? Estos creyentes, al menos, no.
El anfitrión de la cumbre es mucho más cercano a la señora Fujimori que al presidente. Tanto así que públicamente le había reclamado a PPK por haber nombrado ministras “respondonas” (no hubo calificativo para los ministros hombres).
No solo eso. Para la gente que votó en contra del fujimorismo, no se vio como una reunión de líderes políticos, sino como una emboscada de dos contra uno (en Palacio fue una sorpresa la fotografía de los tres arrodillados; el acuerdo había sido que solo se tomarían la foto oficial).
¿Por qué PPK pensó que esto era buena idea? No se iba a ganar a los fujimoristas (las marchas contra la nueva ministra seguirán; los ‘fujitrolls’ siguen en campaña de demolición de todo aquel que colabore siquiera tangencialmente con el aparato estatal) y solo podía perder al antifujimorismo (el movimiento político ganador de las últimas dos elecciones). Arrodillarse, literalmente, ante uno de los poderes fácticos del país es, quizás, un punto de quiebre en lo que va de su mandato.
Como dijimos la semana pasada, a PPK solo le queda pactar o ir a la confrontación. No ha pactado y eso se nota en que la agresividad fujimorista no ha disminuido en absoluto. Pero con la arrodillada acaba de perder el capital político que acumuló, casi de chiripa, en la segunda vuelta. Ya no podrá ir a la confrontación, a menos que se le presente una coyuntura extraordinaria, como lo fue la campaña contra Saavedra, que aglomere de nuevo al antifujimorismo.
Dicen que PPK estaba esperando que las aguas se calmen cuando llegara esta Navidad. Parece difícil. Quizás ahora esté esperando la próxima Navidad. Si lo dejan llegar.